“Comieron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres…” (Mt. 14, 21) decía el evangelio de uno de estos domingos. Se supone que también ellas comerían, pero el narrador no pudo sustraerse a la mentalidad del mundo antiguo (Grecia incluida): las mujeres, aunque comieran lo mismo, contaban menos.
Pero ¿qué ideario anacrónico abrigaban debajo de su chador las dos jóvenes musulmanas, de nacionalidad española, que fueron detenidas el lunes siguiente en Melilla cuando se preparaban para ir a la guerra santa? ¿Cómo hay que estar de tonta para no haber entendido, a estas alturas, que “el motor de la guerra santa” (P. Silva, La Opinión de Málaga, 26/7/14) es “…una reacción airada y radical frente a la emancipación femenina en Occidente”? Esa y no otra es la cabeza de la serpiente que quieren aplastar (o cortar). Y, si no cabe en las cabezas subdesarrolladas de esas dos pobres muchachas, que van a lo que van, es porque se lo han vendido en un envoltorio de “creencias, tradiciones, prescripciones y formas culturales” que justifican cualquier cosa.
Ni la corrección política, ni el feminismo de según quién, ni el buenismo tontorrón de la alianza de civilizaciones, pueden hacerse cómplices de los que, con la sumisión de la mujer, buscan el mantenimiento del machismo más sucio… y todo lo que consiguen a cambio es más pobreza y subdesarrollo.