Un inglés, que vive entre nosotros, contaba a un amigo con el que se reúne con regularidad, que muchos turistas ingleses que decidieron pasar sus vacaciones en la zona meridional de Europa, principalmente Grecia, y han retornando a su lugar de origen antes de lo previsto, por las temperaturas. Bastante calor, que ha puesto a trabajar a los termómetros al máximo, todos los expertos coinciden que supera al del pasado año, y, probablemente, sea superado por el próximo.
Si los turistas del norte se piensan dos veces su venida, ¿qué haremos en el sur? Si todo lo tenemos preparado en torno a ellos como si fueran los huéspedes mejor recibidos, lo más deseados, los que nos traen un pan bajo el brazo y hablan de nuestras excelencias cuando regresan. Los necesitamos tanto, que nos tiene bastante preocupados que esta canícula los esté devolviendo a sus lugares de origen. La suerte que tienen y pueden librarse de estos meses que parecen un castigo del infierno, o lo que es lo mismo, la respuesta del Planeta al maltrato que le estamos infringiendo.
Nuestras calles se han convertido en un desierto, aumentando el sufrimiento de los comercios más vulnerables, que ven cómo la gente se resiste a salir. Otro problema más, de los muchos que ya arrastra el comercio tradicional. Y todas las iniciativas del Consistorio que alivian la situación, siendo muy alabadas, como es el bono consumo no hace más que alargar una situación difícil de complicada solución.
Quizá otro inconveniente es un horario tradicional que hoy no es muy válido. ¿Quién compra a las cinco, seis o siete de la tarde? Las personas que necesitan productos de primera necesidad. Seguro que hace el mismo calor a las ocho de la tarde, pero a esa hora algo se mueve y los comercios están en la cuenta atrás para echar el cierre. ¿Beneficiaría un horario más en consonancia en esos duros meses de verano? No se trata de ampliar el horario, más bien de concentrarlos en torno a las horas donde hay mayor afluencia de público en sus calles. El calor y la soledad van de la mano.
