Llevo años acudiendo a la Feria de la Vendimia de Mollina, mi pueblo, porque el pregón merece la pena acercarse. Lo más granado de la literatura y el periodismo actual ha pasado por su historia. El Consejo Regulador de la uva junto con el Ayuntamiento hacen posible, por unas horas, que Mollina tenga nombre propio fuera de sus pequeños límites geográficos. He admirado la destreza en el manejo del lenguaje, la capacidad de comunicar, el amor a la literatura como principal vía para alcanzar la libertad personal y, por ende, la colectiva, y la satisfacción y seguridad de quienes se suben al estrado para deleitarnos.
Donde ha habido tantos, he encontrado de todo. Pregones muy sentidos, de una gran belleza en su exposición. Pregones muy pensados, donde los recursos lingüísticos se han puesto de acuerdo en presentar su definición más certera. Pregones ligeros, flotando en una nube de la que no se quieren bajar por el embeleso y la entrega del público y, también pregones con un amplio recorrido y minuciosamente elaborados, como esta pasada edición. Eduardo Mendicutti, dio una lección magistral de saber hacer, desde su elaboración en su despacho lleno de libros abiertos con toda la información a punto, hasta su puesta en escena. Probablemente no ha sido el que llegue más cerca de los mollinatos, en especial, de los viticultores, pero estaba documentado al detalle y se hizo ameno en la exposición y el tiempo.
Reconozco que para mí fue una sorpresa la cantidad de políticos que acudieron, tanto a la recepción anterior, por cierto muy larga para quien esperábamos, y otros que siendo del pueblo jamás habían aparecido por allí. Pregunté el por qué y me contestaron que iban a apoyar a Eugenio, actual alcalde socialista. Ni que decir tiene a qué partido pertenecían todos, poca cosa se podía hacer allí, excepto disfrutar del pregón como hice yo.