Viento huracanado, viento de Santa Ana en pugna con la tierra seca, con extraordinarias y lujosas mansiones hechas de madera y algún que otro ladrillo. Sunset es la gran arteria de Los Ángeles, sí, estamos hablando de Hollywood. Esa calle eterna, larga, inmensa, de diez kilómetros por la que Pretty Woman desenvolvía su personalidad independiente y decidida. Se consume la voluntad de los ricos, de los famosos, el fuego no reconoce la fama, solo recuerda que la escasez de lluvias y la ausencia de humedad le son propicios, el viento también. Eso sí, los ricos pagan bomberos privados. De cine, como un guión escrito y reescrito mientras los actores principales ruedan escenas sin especialistas. La seducción de las pantallas frente al misterio de la naturaleza.
Son muchos kilómetros los que recorre esta avenida 38 nada más y nada menos. Grandiosa mansiones, cafeterías, restaurantes, lujo frente a mercados callejeros ruidosos. Bervely Hills, en dos palabras. Escenografía de paisajes icónicos. casas arrasadas, ya no están. Hierros retorcidos, madera humeante. Palisade es el nombre propio que lo aglutina todo. Las palmeras han dejado de respirar, el humo aún les congestiona las hojas, el tronco y las raíces calientes narran las historias guardadas durante años sobre aquella cañada natural en la que transitaba el ganado, antes de que a alguien se le ocurriera convertir aquella zona en una de las más exclusivas de L.A. Todos esperaban un terremoto, llevaban años preparándose, pero el destino convirtió esta idea en fuego. Así este espacio temporal se queda adherido entre dos historias, la real y la imaginada.
En medio de este calcinado desastre, una pequeña biblioteca emerge intacta, incluso los libros están en sus estanterías como si nada estuviera pasando. La sabiduría de las páginas, el entendimiento de las palabras, la ausencia de ignorancia, el poder de la memoria escrita, la fuerza del conocimiento.
