Es tal vez la Navidad el período con más carga emotiva del año habida cuenta de las alegrías e ilusiones que siempre se suceden. Si a ello sumamos palabras como vacaciones, regalos, familia y reencuentros, la mezcla se acerca mucho a la palabra felicidad. Un período que une y genera compras hasta el punto de seguir siendo la mejor época para los medios de comunicación por las enormes inversiones de los anunciantes con las marcas más consolidadas.
Basta con permanecer estos días ante cualquier canal de televisión para empezar a ver desfilar uno tras otro los tradicionales spots “de época”. Pero si hay algo que siempre forma parte del verdadero espíritu navideño es la necesidad de desear a familiares y amigos todo lo mejor para estas fechas y las que siguen. Hoy, con las nuevas tecnologías, enviar un mensaje a través de whatsapp es tan fácil y barato que pronto reiniciaremos el “interbombardeo” decadenas de minivídeos o dibujos por lo general repetidos y hasta cansinos. Apelemos a la palabra. Llenemos el corazón de la persona que nos lee por medio de letras hilvanadas con verdadero cariño.
En estas semanas festivas, nadie le debería haber quitado protagonismo a aquellas tarjetas costumbristas enviadas entre familiares, amigos o clientes en cuyo interior, siempre manuscrito, se le deseaba bonanzas a la persona receptora. Qué fue de aquellos buzones de correos repletos y carteros ajetreados para poder entregar en mano las añoranzas de una vida mejor en un país que empezaba a vestirse de largo…
Se cuenta que las tarjetas postales fueron ideadas por el funcionario inglés Henry Cole en el año 1843 al encargar a su amigo pintor e ilustrador John Callcott Horsley el dibujo de una familia brindando y de la que encargaría mil unidades a una imprenta. Ante la falta de tiempo para escribir muchas misivas a sus compromisos quiso suplir escritos dilatados y abigarrados por una simpática imagen añadiendo “Feliz Navidad y Feliz Año Nuevo”.
Al referido año se le atribuye el inicio de la Navidad moderna por coincidir con la publicación del libro “A Christmas Carol” de Charles Dickens, quien a su vez da nombre al museo londinense que guarda una muestra del primer ejemplar de la tarjeta en cuestión. Aquellos grabados empezaron a tomar fama y ya 1862 se hacían en serie, hasta el punto de que en 1893 la moda empezó a arraigarse al ser utilizada por la propia reina Victoria para sus felicitaciones personales.
Fueron los inicios de una tendencia que obligaba a cada persona emisora a comprar, escribir y sellar muchas semanas atrás su envío si quería que llegara al destinatario antes del 25 de diciembre. Ser una persona, familia o negocio querido era sinónimo de exponer junto al tradicional rincón navideño muchas tarjetas. No sé si el futuro vendrá por pegar multitud de capturas de pantalla con los innumerables mensajes que podamos recibir. Por lo pronto a mí, que me manden tarjetas. Y si van manuscritas, mejor. Prometo devolución.