Mirarse en el espejo de los grandes (desde Mandela a Suárez) contagia el reflejo de la política hasta el punto de que ni el espectáculo de la naturaleza –en los documentales La 2– puede ser contemplado sin que se nos cuele ese criterio. Porque ¿quién no va a interpretar, como ausencia de liderazgo, la travesía del río Mara por algo así como cincuenta mil ñus descerebrados que cruzan por el peor de los pasos? Y, siguiendo con la metáfora ¿no es de admirar la prudencia de los elefantes que siguen a la matriarca que conoce el vado?
Pero a un político no le basta con tener memoria (Histórica, con mayúscula) de elefante; necesita –además de la tenacidad negociadora de un Braulio Medel– ideas claras y altura de miras. Lo resumía de un modo encantador la chiquilla de unos seis años que intentaba el otro día convencer a su vecina, madre de un bebé, para que le permitiera darle el biberón. Como la otra seguía sin fiarse, la niña echó el resto diciéndole: “¡Déjame dárselo, ya tengo la mirada!” para asegurarle de que había sido buena observadora. Por un brevísimo instante la pequeña quedó perpleja por aquello tan precioso que había formulado su boca, pero no fue menor la sorpresa del testigo que la escuchó como si se tratara del mismísimo Platón.
¿Cuándo podrá un político decir: “Ya tengo la mirada”? Desde luego, jamás si no es capaz de mirar sin las anteojeras de sus siglas, ni ha dado un palo al agua fuera de ese nicho, o no empatiza más que con sus cuatro gatos. Jamás, si lo que busca es figurar o medrar, o es un populista irresponsable con mucha labia retórica.
“La mirada” no procede del mundo marrullero del tacticismo partidista (la caverna, diría Platón), sino del lugar generoso de los ideales de libertad y bien común. Pero lo que diferencia a un político de un inútil utópico, es que este se aburre en dos minutos y, aquel no pierde la mirada ni en el “fregao” de la acción. Y eso se nota.
Libertad generosa, ausencia de complejos y, sentido común, es lo que había en la mirada de Mandela, Suárez, Gutiérrez Mellado, Iñaki Azkuna (alcalde de Bilbao) y, que yo recuerde, en la de un alcalde de Mollina que se llamó Gonzalo.