El Evangelio de hoy tiene dos partes. La primera del prólogo de Lucas, la segunda del capítulo 4. Quedémonos con la primera, en la que dedica su evangelio al “ilustre Teófilo”. Mas, ¿quién era Teófilo? Los estudiosos reconocen que no se sabe. Pero como la raíz de ese nombre, Theo-filo, significa, ‘amante de Dios’, se piensa que pudo dedicarlo a todos los amantes de Dios, también a nosotros.
Después, Lucas detalla los pasos que ha dado para componer su obra. Comienza afirmando que los hechos referidos tuvieron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra.
Afirmación que nos recuerda que aquel era un pueblo con memoria oral. Por lo que los maestros utilizaban resortes para que los oyentes no olvidaran sus enseñanzas. Y las exponían con frases cortas, paralelismos, repeticiones rítmicas, imágenes, parábolas… Jesús también. V. gr.: “No se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre”…
Hoy, después de un mar de investigaciones, se conocen los escritos que, tras la primera predicación de los discípulos, como dice Lucas, algunos llevaron a cabo. Escritos que fueron utilizados por los evangelistas, y que hoy llevan el nombre de ‘la fuente Q’.
Lucas reconoce que antes de escribir había buscado las tradiciones transmitidas por los testigos oculares y predicadores de la Palabra, que decidió comprobarlo todo cuidadosamente y ponerlo por su orden, para que se conozca la solidez de sus enseñanzas.
Quizá sea bueno recordar que los testigos y predicadores aparecen, a veces, de forma poco digna. Reconocen que no entendían a Jesús, que se quedaban dormidos, pleiteaban entre ellos, negaban al Maestro o huían asustados. ¿Quién narraría sus memorias señalando hechos indignos de sí mismo?
En el siglo XX, ante la multitud de las interpretaciones sobre Jesús, uno de los autores que se preocupó de ellas fue el célebre doctor Albert Schweitzer. Schwitzer escribió una historia con las distintas investigaciones y descubrió que muchas de ellas pretendían desligar a Jesús de la tradición, pero que inmediatamente lo revestían con la ideología del momento. Hasta el punto que ofrecían un Jesús idealista, romántico, socialista, etc. Schwitzer llegó al convencimiento de que sobre Jesús no se podía escribir una historia neutral.
‘O se acepta, –diría Juan Pablo II–: la interpretación que da la tradición de la Iglesia o se termina aceptando una interpretación particular’. Y es que Jesús no sólo ha vivido en la historia, sino que ha creado una historia en la que vive y de la que es inseparable. Y eso, por ser el Verbo de Dios que desde el principio estaba junto a Dios y era Dios. Porque es el viviente.
Más aún, el valor de su Palabra lo puede sentir todo el que la escucha con atención. No pocas veces, tras su lectura y escucha nos hemos preguntado: ¿qué eco produce dentro de mi la Palabra del Señor? ¿Qué otra palabra, antigua o nueva, me realiza con tanto poder y libertad? ¿No me interroga y me colma de verdad? Y advertimos el valor único de su Palabra.
Agradezcámosla, entonces. Pongámosla en un lugar de honor en nuestra mente y de nuestro propio hogar. Como María, recordémosla, re-cor-dare, rumiémosla meditémosla en nuestro corazón.
