María era una joven adolescente que se sentía muy querida por su familia. El 1 de octubre era su gran día, su cumpleaños cumpliría dieciséis años, estaba muy contenta y feliz porque sus padres la dejarían salir por primera vez.
A las diez de la noche, María empezó a arreglarse, su vestido de color rojo pasión y unos zapatos altos que la hacían más mayor. Sus padres la dejaron hasta las doce de la noche, María y sus amigos se fueron a un lugar apartado que ella nunca había visto, era como una especie de carretera, había mucha gente, se escuchaba la música de los coches; además la gente parecía pasárselo muy bien.
Nos pusimos al lado de un árbol y mis amigas empezaron a sacar vasos, de repente veo como un amigo Carlos empieza a echar en el vaso un líquido de olor muy fuerte, extrañada oigo decir ¿Cuánto alcohol te echo? Y su respuesta fue: Nada solo Coca Cola.
Sus amigos empezaron a reírse de ella y a decirle comentarios muy feos como; eres una gallina, nunca crecerás, eres una niña pequeña. Para demostrarles a sus amigos que ella no era lo que sus amigos decían, comenzó a beber con ellos. Al día siguiente María pensaba que había sido la mejor noche de su vida que más podía pedir, tenía unos amigos maravillosos.
Los sábados eran los días más esperados para María estaba deseando que llegara ese día; cada vez ella se sumergía más en el alcohol. Pensaba que para disfrutar tenía que beberse una botella de Ron. Y así comenzó todo.
La noche más trágica que recordaba María, fue aquel sábado por la noche; estaba haciendo una competición haber quién se bebía más rápida la copa ,el que perdiese se tenía que beber otra, todo comenzó con ese simple juego.
En segundos, María empezó a sentirse mal, la cabeza le daba vueltas y sentía unas cosquillas en las piernas; solo le dio tiempo decir ayuda y cayó desmayada al suelo. Llamemos a la ambulancia, intentamos despertarla, era inútil, los gritos y guantazos que le dábamos en la cara parecía que había cogido un profundo y gran sueño. Todos estábamos mal, llevaron a María al Hospital, los médicos nos dijeron que no sabían cuándo iba a despertar, estaba en cuidados intensivos, había caído en coma.
Pasaron días y días y todos los días íbamos a ver a María; los sábados ya no eran como los de siempre, nos quedábamos en casa viendo películas, nos sentíamos culpables por lo que le había pasado. A los dos meses recibo una llamada de teléfono y me dicen que María había despertado, emocionada de alegría fui lo más rápido que pude al hospital; allí estaba ella con sus ojos abiertos, ninguno de nosotros le preguntó cómo se sentía simplemente la abrazamos.
La recuperación de María fue muy larga, apenas podía andar, sujetar cosas e incluso comer le costaba trabajo; los médicos nos dijeron que sus músculos estaban dormidos.
Su recuperación fue larga pero buena, el día que María salió del hospital, le hicimos una fiesta especial en su casa, de repente Carlos sacó unos vasos y María dijo en voz alta ¡NI DE COÑA! Todos la miramos y le dijimos; es Coca Cola, a partir de ese momento hicimos un pacto, nuestro lema era cero alcohol para divertirnos.
La moraleja de esta historia intenta transmitirnos que el alcohol no está asociado a la felicidad, sino todo lo contrario.