El texto evangélico con que nos encontramos este tercer domingo de Cuaresma nos ayuda a seguir recorriendo nuestro camino penitencial, seguimos con nuestra conversión en la que estamos sumergidos y que nos gustaría terminar desembocando bien en la Pascua.
Era algo muy normal encontrarse con los puestos de los cambistas y de los vendedores de palomas y de otros cosas a la entrada del Templo, los judíos devotos que acudían a él lo hacían, entre otras cosas para dar gracias por algo que les había pasado, o para entregar ofrendas o limosnas, y allí mismo a la entrada del Templo estaban instalados estos puestos que les proporcionaban lo que deseaban: animales, monedas… y algunos ya hubieran hecho de éste su forma de vida. Al final, como suele pasar, terminamos corriendo el riesgo de perder el sentido original y convertir el Templo en un mercado, más que como un sitio para hacer oración.
Juan nos narra este suceso en el que Jesús, muestra un comportamiento que parece no encajar con lo que era su modo de comportarse, esa reacción violenta de Jesús haciendo un azote con cordeles y arremetiendo contra los puestos de los vendedores no encaja con lo que era su modo normal de comportarse. Es verdad que es esta una de las pocas escenas en la que Jesús parece que pierde aparentemente los nervios, Él había hablado muy fuerte a los fariseos, a herodianos… pero es cierto que parece que la situación desborda “el buen saber estar” de Jesús. Pero aquella situación debió ser verdaderamente escandalosa, hasta tal punto que esta conducta de Jesús, agravó su relación con los sacerdotes y con la clase religiosa judía.
Profundizando en la enseñanza de este texto controvertido, nos encontramos que en todas las religiones, incluso en aquellas que defienden que Dios está en todos los sitios y en cualquier lugar, existen lugares de una presencia especialmente significativa e intensa del Dios del que se trate. Todas tienen lugares especiales. Para los judíos el Templo de Jerusalén era el lugar neurálgico de la presencia de Dios. Y aquí es donde está la enseñanza de del evangelio de hoy, Jesús rompe con todo esto, “El Verbo de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros” no vive únicamente entre unos muros de piedra, sino que se hace presente en cada hombre, y en cada circunstancia de la persona. Por eso en el diálogo que hemos escuchado los judíos no entienden nada porque él les está hablando del Templo de su cuerpo y ellos creen que les está hablando del Templo de piedra.
Los cristianos todos los domingos sacamos del evangelio aquellos interrogantes, que trasladamos a nuestra vida para hacerlos realidad a lo largo de la misma. Nuestro interrogante hoy debe ser, ¿dónde busco yo a Dios?, es verdad que cada domingo tengo la ocasión de encontrarme con Él en la Eucaristía. Y nos reunimos los que a lo largo de la semana vivimos nuestra vida en sitios diversos, pero el día del Señor necesitamos juntarnos para sentir cerca de nosotros a Jesús y recibir de Él la fuerza que necesitamos para llevar adelante nuestros proyectos. Pero estaríamos traicionando a ese Jesús si yo redujera mi contacto con Él a la mera celebración dominical o al solo cumplimiento de los actos de culto.
Tengo que tener la madurez suficiente para saber no solo descubrir a Jesús sino para saber llevarlo en todo lo que hago el resto de los días: en mi trabajo, en mi casa, con la familia, con lo vecinos, en el trato con la gente, en mi forma de hablar, en mi forma de comportarme.
Podríamos terminar hoy nuestra reflexión evangélica diciendo: Señor, en mi vida hay muchas cosas que necesitan ser expulsadas por ti de la misma manera que lo hiciste con los vendedores del templo, dame fuerza y ánimo para que yo mismo sea capaz de expulsarlas.