Decidí aquella tarde de sábado, unirme a la marea de gente que taponaba la entrada del Cine Torcal. No era el estreno de lo último de Scorsese, todo lo contrario en muchísimos de los sentidos, menos en la capacidad de transmitir a la audiencia un sentimiento, la emoción de un mensaje. Días antes, de puro “milagro”, pude hacerme con una entrada. Tres sesiones completas. No era una peli de superheroes, ni sobre el secuestro del Presidente de EE UU, ni la última de Mario Casas… era sobre María. La madre de Jesús de Nazaret.
Desde que vi “La Última Cima” siento admiración por su director, Juan Manuel Cotelo. Que desde mi punto de vista ha creado la figura del director/catequista. Poco a poco, huyendo de artificios cinematográficos va introduciendo sus contenidos, de forma escalonada, salpicando su exposición de momentos que golpean el subconsciente antropológico, de forma simple y bella, no lejos de la complejidad artística en la creación de su obra visual. El caso es que hice caso a su advertencia, dejarme llevar, como cuando un niño va a ver una película. Y dejar que su viaje, poco a poco, me trasladase a los diferentes puntos de rodaje a lo largo de la geografía mundial y escuchar los impactantes testimonios de Fe. No existe morbo alguno en estos testimonios, ni sensacionalismo… están conducidos de forma llana, directa, consiguiendo que cale en el espectador como la confesión de nuestro mejor amigo o amiga.
Es una película para católicos y no católicos. Posee un mensaje universal, la búsqueda y el encuentro con la verdad de nuestra existencia guiada por el susurro de una Madre. En definitiva, una obra de esperanza, de transmisión de valores… que te acerca a la reflexión, al encuentro personal y verdadero. Cotelo quizá ha encontrado una nueva forma de orar y nosotros con él.