Como si de un ritual se tratara, cambio de gobierno parece significar una dirección caótica en educación y conocimiento. Lo he vivido en primera persona. Creedme si os digo que en ninguna faceta de mi vida me gusta el inmovilismo, de hecho en la enseñanza hasta gané premios por mi investigación sobre las palabras, como metodologías de vanguardia y aquí sigo defendiendo el lugar de la imaginación.
Creí y sigo creyendo con fe inquebrantable en metodologías educativas que alejan la enseñanza, de la tecnocracia, de la enseñanza de partidos, de la enseñanza del poder. Una escuela sin pensamiento libre no es la escuela que quiero, por eso siempre ando metida en la pedagogía de futuro. No estamos enseñando máquinas que memoricen, o sólo sepan manejar botones, hay que seguir dando cabida a la clarividencia.
Queremos chicos y chicas que razonen y crezcan personalmente. ¿Para qué sirve memorizar y pasar exámenes como autómatas incomprendidos? En mi opinión sólo para bloquear mentes para que no se desenvuelvan, para que no maduren. ¿Se pretende esto? Me horroriza. Medir sólo conocimientos es demencial. Aun así aquí y allá tengo la satisfacción de ver colegios que apuestan por la innovación fuera del conformismo.
Quedarnos con todo lo que se ha construido de bueno en cada legislatura y avanzar, creando seres humanos autosuficientes, seguros de sí mismos Uno de los pilares somos los profesores. Devolvernos nuestro sitio en la enseñanza, en el diseño de sistemas educativos válidos, y el respeto que nos merecemos por parte de la totalidad de la comunidad educativa. Educar no es quitar por capricho una asignatura o dotar de ordenadores un colegio. Me gustaría también ver, ahora que me muevo más por ese mundo, las universidades libres de mercadería. Gobierne quien gobierne, el Estado se tiene que tomar la educación en serio y no sólo para salir en la foto el primer día de curso.