Con el mayor de los cariños, –ganado a pulso por la vida y obra de su autor– me acerqué al cartel de feria de este año. Al contemplarlo, quedé pensativo: necesité tiempo para asimilarlo. No es un cartel: es una obra de arte que sabe ser cartel.
¡Qué bonito que, en mi último texto sobre la arquitectura de nuestra ciudad, leído en la Real Academia hace algo más de un mes, hablaba yo de los Dólmenes como unas construcciones que siempre suponía que eran Arquitectura porque tenían un duende, un pellizco, una capacidad de agarrarse dentro tan honda que me recordaba, incluso, al flamenco! Ahora, Raúl Pérez, con sentimientos muy cercanos, coge ese duende y lo condensa en una imagen donde el pellizco de la flamenca se encapsula en el duende del espacio.
Raúl trabaja incansablemente con una energía que sólo nace de la enorme pasión que tiene por lo que hace y por la vida entera. Su cariño, su sonrisa, su profesionalidad y su infatigable capacidad de trabajo, le hacen ser un artista excepcional dentro de nuestro panorama. Pese a que haya expuesto en ARCO, no lo considero el dato más relevante de su trayectoria: lo que más le define es que, cualquier foto suya, desde el encargo más importante hasta el más familiar, tiene un “pellizco” y una carga de sentimiento que demuestra el enorme trabajo e ilusión que llevan detrás.
Enhorabuena a todos. A quienes le han elegido, a él por ese cartel y a Antonio Casero por esa bella, serena y elegante presentación. Como siempre, el reto es que ahora, Antequera esté a la altura de cuidar de sus artistas como merecen.