Quizá sea lo que le ha llevado a Ruiz Gallardón a abandonar la política. No acabo de digerir que sea la crónica de una muerte anunciada, porque él perseveró hasta último minuto creyendo que tenía el apoyo de los suyos, de todos los suyos. Pero el camino emprendido se alejaba cada vez de las encuestas favorables; y los ideales hay que aparcarlos cuando restan votos aún sabiendo que fueran promesas electorales. Subió peldaño tras peldaño a base de convencer al centro derecha, a la derecha y, tal vez a un sector de la izquierda, admirado y respetado, pero le vino grande el asiento de ministro, no logrando acomodarse bien ni el primer día.
Un instante de inspiración es suficiente para hacernos cambiar de vida, para tomar una importante decisión; pero también para crear ilusión y creatividad a nuestro alrededor. No es cuestión de escribir, componer o pintar. El arte de las letras, la música o la pintura, que abre las puertas a todos, sólo toca con su varita mágica a unos cuantos elegidos. En cambio, la creatividad es patrimonio de todos. Y el esfuerzo por conseguir ese instante hace que saltemos un peldaño sobre la mediocridad, y sólo es un instante que llenamos de gloria, fortaleza o pesar, y nunca nos dejará indiferentes.
Aunque todo se tenga pensado y medido un instante basta para saltar la chispa. Ese mismo que aprovechó Pablo Iglesias en las redes sociales para cambiar la forma de hacer política moderada. Y, digo bien, ese empuje y abrazo común que quiere dar a todos los desencantados, va impregnado de matices de sometimiento y falta de libertad.