Llega la noticia, a través del Sol como no podía ser de otra manera, que el artista Antonio Montiel va a pintar al Rey. ¿Cómo será ese posado? ¿De qué pueden hablar su Majestad y el pintor en el tiempo que ambos han de compartir? ¿Se le escapara a Don Felipe un suspiro de ama gura al ver la figura de su padre todos los días maquinada por una prensa que alienta chisme tras chisme? ¿Qué es verdad todo lo que hizo?
Puede ser, pero es una verdad añeja aderezada con maldad y ganas de menospreciar una institución que funciona. A nadie le gusta que se le refriegue un comportamiento negativo treinta años después. Y el fin de todo, lo de siempre, pingües beneficios para alguien. Dinero contante y sonante. Y como es el rey emérito respeto ninguno, valor menos. Es un anciano y a vapulearlo bien que se resienta toda su persona, y de paso que pillen quienes andan a su alrededor. Se murmuraba cosas acerca su vida extramatrimonial, algunas quedan reflejadas en los libros. También queda escrito el papelón con tanto acierto que jugó en la transición, imprescindible, pero eso ya no lo recuerda nadie.
Ahora su hijo, entre problema y problema, se toma unos pequeños recreos para que Antonio pueda trabajar con el pincel, modelando su figura dentro del traje castrense que le sienta muy bien. Y mientras, el pintor le irá contando maravillas de la ciudad de Antequera, el potencial que tiene el recién estrenado Patrimonio de la Humanidad, las comunicaciones, la continua búsqueda de incentivos para atraer riqueza y turismo, la cercanía con Málaga, lo bien que se vive, una historia tan rica, jalonada de acontecimientos importantes.
Pero seguro que no olvidará hablarle de su gentes, deseosas de ver sus calles llenas de turistas, comercios a tope, servicios y un aire de ciudad del siglo XXI abierta al mundo.