No hay que poner límite al deseo y a la imaginación cuando se trata de hacer un bien a una colectividad. Y eso es, precisamente lo que está consiguiendo esa magnífica exposición de Playmobil, que entretiene, divierte, despierta curiosidad y encierra un contenido pedagógico a mayores y pequeños.
Un acierto de retomar viejas fórmulas, perdidas en los últimos años, donde el trabajo, tiempo, ocio y laboriosidad se unen para ganarle la partida al dinero, al gasto rápido y casi agobiante que hemos padecido. Una auténtica lección de saber manejar situaciones ajustadas y crear espacios de sueños y de historia, la historia de nuestra ciudad.
Es fácil tener una clara visión de los acontecimientos pasados, el orden y la cronología con la que se ha pretendido ser fiel a la realidad, dan una pequeña idea de la cantidad de horas que se han invertido en este precioso proyecto, y lo mejor de todo, el número de personas que han participado. Porque si bien es cierto que esta iniciativa nace de una mente, enseguida encontró quienes le ayudaron, tanto en el montaje de los muñecos, que tiene un mérito más que considerable, como posteriormente dando vida a la presentación de lujo que podemos admirar en la Sala de Cultura de la calle Santa Clara.
Creo que va a tener bastante eco y traspasará los límites de lo local para acoger a la comarca y a cuantos nos visiten en estas fechas, porque este arranque de creatividad es un contagio, una fuente de inspiración donde se pueden fraguar futuros proyectos. Y en los tiempos que corren las buenas ideas obran el milagro de hacer felices a mucha gente, y eso a fin de cuentas es lo que se pretende. Sigo pensando, que esta crisis que se ha llevado por adelante el bienestar de muchos, también ha dejado una puerta abierta a la esperanza para unir fuerzas y lograr con el pensamiento lo que no siempre pudo conseguir el bolsillo.