Debo confesarles que nunca he sentido una especial predilección por El Quijote, la obligatoriedad de la lectura del libro, sus cientos de páginas, hacían que siempre lo mirara con desafío mientras lo leía sin más pena que gloria, pero todo ha cambiado drásticamente esta semana.
Mi encuentro durante el martes 26 y miércoles 27 con Rosa Navarro Durán –les invito a que si tienen alguna ocasión de asistir a una conferencia suya no se la pierdan– me ha hecho ver la gran importancia que el mismo tiene en nuestra vida.
En su conferencia fue aplicando cada uno de los sucesos que inventó Miguel de Cervantes para descubrirnos muchos más libros, muchas más historias que forman parte de nuestro país, de nuestra historia. Y eso sólo relatando apenas pocas páginas. Con El Quijote, E Lazarillo de Tormes y La Odisea –sí yo lo leí de pequeña, sería movida por los dioses– enseñó lo importante que es coger un libro y leer, la vida se encargaría de enseñarlos lo aprendido en estos textos.
Les reconozco que yo tengo ese vicio de la lectura, como ella muy bien definió, que ahora con mi maternidad tengo un poco abandonado, el sueño me vence la mayoría de las veces. Nunca había sentido la necesidad imperiosa de leer como me sucede en estos días, donde los mocos, biberones, pañales y juguetes se mezclan con los papeles y teclas de este ordenador.
Pero lo mejor de toda esta nueva aventura emprendida es que tenemos la oportunidad de enseñar este vicio a mi pequeña. Prometo que Don Quijote de la Mancha estará en sus primeras lecturas.