Para los católicos. El nuevo Papa llega para colmar y calmar, llenar de esperanza ese vacío que ha dejado al descubierto la sabiduría de su antecesor aliada con la senectud y el saber entreabrir nuevas puertas que traigan aire fresco y fortaleza para afrontar los nuevos retos. Se ha recibido muy bien, en el momento justo. El Espíritu Santo ha estado merodeando por el Vaticano con los ojos bien abiertos para posarse en el lugar exacto. Ha acertado con el sucesor y, aunque viene del otro extremo del mundo, trae el empeño, la emoción, el deber y el coraje para coger el timón en estos momentos tan confusos que vivimos que ni la Iglesia se salva de ellos. No está dentro de la Curia Romana y, quizá no le deba nada, así que va a actuar con criterio y determinación, con la misma libertad con la que cogía el metro en sus Buenos Aires querido. Sabe moverse y ser él mismo, ser fiel a su condición de religioso comprometido y convencido de que los pobres son dignos hermanos a los que hay que atender y desvivirse por ellos. La humildad con la que apareció al mundo cristiano, recuerda que la escenificación y boato, no pueden suplir la oración, la cercanía y la ilusión del pueblo católico que lucha por reconducir los defectos de su Iglesia. Disfrutamos con su elección y nos sentimos más protegidos teniendo como horizonte a un pastor valiente y vigilante.
Pero la noche se hizo más larga. Estaba por darnos alegrías y el fútbol, queramos o no es un acicate para los problemas, un generador de adrenalina y júbilo, y distracción de mayores y pequeños. El Málaga, un equipo, hasta hace poco, endeble y segundón, ahora ocupa un lugar de privilegio, entre los ocho mejores de Europa. Marea de blanco y azul mar, esa maravilla que baña la ciudad y la hace viajera, cosmopolita y crisol de culturas y encuentros.
Y para alargar los sueños el día nos despierta con la noticia de las hipotecas, Gracias a Dios que han ganado los más vulnerables, los que siempre pierden. Y, los bancos que se aguanten: mientras ganaban tanto no compartían nada con nadie, cuando pierden chillan como ratas; pues vamos a decirles entre todos que estamos sordos ante sus gritos.