Es inevitable para mí que cada quince días vea reflejados mis recuerdos de pequeña subiendo y bajando escalones, para los que tenía que coger gran impulso, rodeada de un jaleo impresionante y los aplausos en cada uno de ellos, pero no eran para mí. Aquellos pasos grandes que daba para poder ir de un lado a otro eran en la grada del Estadio El Maulí, y sí, la ovación era para el Antequera Club de Fútbol.
Pero antes de aquel momento, primero lo vi en el antiguo campo de tierra. Recuerdos muy vagos y lejanos, pero me veo en brazos de mi madre y el público en pie celebrando algún gol. Tras éste, el siguiente es en la inauguración del campo, en algunos Trofeos Ciudad del Torcal rodeada de mis hermanos, los días en los que casi no podía subir las gradas, los pequeños partidillos en las mismas con los amigos que una se canjeaba cada domingo, las colas para entrar, el partido de la Selección Española, y los berrinches que pillaba cuando no iba porque mi padre tenía que trabajar.
Les cuento esto, porque muchos se sorprende al verme hablar de fútbol constantemente. ¡Qué le voy a hacer, me apasiona! Y sobre todo, se sorprenden cuando lo hago del Antequera –me gustaría hacerlo más, pero mi cabeza y mi cuerpo no me dan para más–. Me viene desde pequeña esta afición, y nada está reñido con el ser mujer, no encuentro diferencia entre unos y otros, aunque tengo que decirles, que ya me gustaría que se nos respetara en este ámbito igual que se les respeta a los hombres, pero ésa, es otra historia.
Mis padres no acuden ahora al campo, pero siguen cada partido por los mensajes en internet y cada domingo por la noche cuando hablo con ellos, no falta la pregunta de rigor: ¿Cómo ha terminado el Antequera? Ahí me toca darles buenas o malas noticias. La semana pasada mi madre me decía: ¿quién te iba a decir que ahora estarías escribiendo del Antequera? Pues sí, no lo tenía en la cabeza, pero sí que estaba segura de que la pasión por el equipo y el fútbol, jamás pasarían y eso, permítanme la licencia; se lo debo a mis padres. Gracias.