Abrir los ojos a la realidad en la que vivimos es muy duro y nos resistimos a ello. Necesitamos de las vacaciones, pero estas no solucionan la dura realidad. Estamos siendo testigos de un cierto fracaso de la globalización que al fin ha hecho a los países más ricos del Norte mas ricos y a la vez más endeudados y a los países mas pobres, más pobres. Por culpa de la guerra en Ucrania se nos están anunciando hambrunas en África, Asia y América Latina. Se van aumentar los impuestos que al fin pagarán los ciudadanos y hará más pobres a los pobres. Los políticos para mantenerse en el poder no actúan con ninguna ética humana ni cristiana, sino con políticas populistas de dar para ganar votos. ¡Vanidad de vanidades!
El Evangelio de este domingo arroja luz sobre un problema fundamental para el hombre: el del sentido de actuar y trabajar en el mundo, que Qohélet en la primera lectura (Eclesiastés) expresa en términos desconsoladores: «¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad! ¿Qué saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajo el sol?».
Uno entre la gente pidió a Jesús que interviniera en un litigio entre él y su hermano por cuestiones de herencia. Como a menudo, cuando presentan a Jesús casos particulares (si pagar o no el tributo al César; si lapidar o no a la mujer adúltera), Él no responde directamente, sino que afronta el problema en la raíz; se sitúa en un plano más elevado, mostrando el error que está en la base de la propia cuestión. Los dos hermanos están equivocados porque su conflicto no deriva de la búsqueda de la justicia y de la equidad, sino de la codicia. Entre ellos ya no existe más que la herencia para repartir. El interés acalla todo sentimiento, deshumaniza.
Para mostrar cuán errónea es esta actitud, Jesús añade, como es su costumbre, una parábola: la del rico necio que cree tener seguridad para muchos años por haber acumulado muchos bienes, y a quien esa misma noche se le pedirán cuentas de su vida.
Jesús en esta parábola viene a tocar el corazón de aquellos que solo piensan en “agrandar sus graneros”, pero no saben ensanchar el horizonte de su vida. Acrecienta su riqueza, pero se empobrece a sí mismo. Acumula bienes, pero no conoce la amistad, el amor generoso, la alegría o la solidaridad. No sabe dar ni compartir, solo acaparar. ¿Qué hay de humano en esta vida?
Es hora de detenernos porque el COVID y ahora la guerra de Ucrania con sus drásticas consecuencias nos va a obligar a cambiar nuestros estilos de vida. La crisis económica que estamos sufriendo es una “crisis de ambición”: los países ricos, los grandes bancos, los poderosos de la Tierra… hemos querido vivir por encima de nuestras posibilidades, soñando con acumular bienestar sin límite alguno y olvidando cada vez a los que se hunden en la pobreza y el hambre. Pero de pronto nuestra seguridad se ha venido abajo.
El Evangelio ha de llevarnos a reflexionar y pensar que esta crisis no es una más. Es un “signo de los tiempos” que hemos de leer a la luz del Evangelio. No es difícil escuchar la voz de Dios en el fondo de nuestra conciencia: “Basta ya de tanta insensatez y tanta insolidaridad cruel”. Nunca superaremos nuestras crisis económicas sin luchar por un cambio profundo de nuestro estilo de vida: hemos de vivir de manera más austera; hemos de compartir más nuestro bienestar. «Enséñanos, Señor, a usar sabiamente los bienes de la tierra, tendiendo siempre a los bienes eternos».