Llegaron noticias negras, noticias tristes, pero enseguida me cubrí con el manto que tú habías construido y dentro de mis lágrimas aprendí, recordé y quise.
Una vez más se repite el hecho. Murió el que todo lo sabía, el que todo lo ejercía sin pedir nada a cambio. Murió ejemplarmente, él, el visionario, el precursor de emociones y palabras, de láminas y sonidos, de alegrías y de penas.
Perplejidad absoluta dentro y fuera de Antequera. La primera imagen después del dolor, fue la de aquella fotografía junto a Isabela, mi madre, cuando ella fue la primera Regidora de la feria de Antequera y tú, ya eras toda una verdad que anunciaba realidades y querías sacar adelante proyectos de vida, tallados en audacia o esculpidos en viajeras fantasías.
No adivino el porvenir, pero lo veo ahíto de SOL, porque en mis oídos permanece la fuerza de tu voz y en mi vista, miope sí, está presente el impulso de tus mensajes, querido Ángel.
Hay lugares que no tiene tiempo, hay sentimientos que son imperecederos y sé que siempre me llevaste en ese espacio del corazón, en el que las personas como tú cultivan la lealtad con movimientos transparentes, lúcidos y sabios. Cristales de piedra que emergen poderosos, que no altivos hacia las infinitas torres del pensamiento. Eras una penetrante mirada que no descansaba hasta verlo todo en su lugar. Sí, querido amigo, vas a tardar mucho en olvidar todo esto, lo sé, pero las cosas claras consuelan.
En estos momentos, llueve. El viento ha desparramado las nubes grises que tejen el cielo. Tengo sensaciones extrañas. En cada gota de lluvia, que resbala por la vida, que desciende sigilosa por el cristal de la ventana que ante mí se abre, está escrito tu nombre Ángel, lo que fuiste y lo que siempre serás. ¡Hasta siempre maestro!
