Dejar atrás el pasado y tomar un tren de no regreso. Adentrarse en otro universo que nada tiene que ver con el tuyo. Mirar un espejo y ver que la nada se disipó de un golpe abriendo cientos de caminos por los que seguir tirando de una maleta pesada llena de recuerdos.
Viajar, esa maravillosa palabra que a muchos nos gusta pronunciar, queriendo con ello movernos de nuestro lugar para iniciar nuevas andaduras que nos alejen de la realidad. Pero, ¿y si viajamos unidos a nuestra vida, tejiendo una piel sincera, real e intransferible?
Esa realidad es la que nos sacude a diario y que de forma directa enseña nuestro artista universal, Cristóbal Toral en cada uno de sus trabajos, y especialmente, en su última “Cartografía del viaje”.
Las maletas llegan a convertirse en pequeños artefactos donde las personas somos capaces de meter toda nuestra vida para alejarnos de la crueldad del ser humano.
Utilizamos y tiramos a nuestro antojo todo lo que no nos sirve, dejando salida a la miseria que nos embarga para buscar luz, claridad, libertad; ésa que precisamente muchos se dejan colgada en una valla. Allí donde la maleta supo llenarse de ilusiones, se ha perdido todo en un choque frontal con nosotros mismos.
Difícil no conectarse y unirse a estas ideas que Toral plasma de forma tan real. Un cordón umbilical une al espectador con el artista, porque sabe que en algún momento de sus vidas, su yo, quedará enterrado entre bolsas de basura de un contenedor, recortes de una vida pasada que siempre fue mejor…
Entre maletas divaga siempre su mente, uniendo ideas que los viajeros llevan colgadas a sus espaldas. En ellos encuentra el punto insignificante que sólo el artista detecta, para convertir en arte lo que sólo él adivina.
Nosotros, mientras tanto, seguiremos pronunciando la palabra viajar, esperando que el viento nos lleve lejos y en nuestra maleta, al menos, siempre seamos capaces de mantener viva la llama del arte, una llama que viaja siempre dentro de las maletas de Cristóbal Toral.
