Desgraciadamente no hay una semana que el estómago de cualquier individuo se revuelva luego de escuchar la muerte de una mujer a manos de su pareja. Nos dicen los datos que superamos la treintena para el año en curso y cerca de 1.200 desde el año 2003.
Los números son datos y las estadísticas no lloran, causan tristeza, desconsuelo, desamparo y, sobre todo, una impotencia, para todos y cada uno de los que no entendemos la muerte a manos de cualquier verdugo. Pero detrás de cada una de esas muertes se encuentran mujeres anónimas, mujeres luchadoras, madres jabatas y heroínas de la vida que dejan numerosas familias rotas a las que la existencia, a partir de esos momentos, se les convierte en todo un calvario difícil de asumir e imposible superar. Se convierten en personas que tienen que subsistir ante tanto dolor.
Con o sin denuncias previas, con o sin la presencia de niños /as, las muertes por violencia de género deben convertirse en el punto a batir por el Gobierno actual y los venideros, sean del color que sean. Hay que recordar que el derecho a la vida es el derecho que reconoce a cualquier persona, por el simple hecho de estar viva, y que le protege de la privación u otras formas graves de atentado contra su vida por parte de otras personas o instituciones. Por lo tanto, privar del derecho que tenemos desde nuestra venida al mundo es algo que no podemos seguir permitiendo ni tolerando. Necesitamos más medidas.
A lo largo de los últimos cincuenta años los asesinos de ETA dejaron numerosas familias destrozadas bajo el inexplicable paraguas de la lucha armada, de la invasión del Estado español. Atrás quedaban cientos de hogares donde el dolor se convertía en una patología de muy difícil cura.
En la última década no es la ETA, son hombres contra mujeres. Dos de los últimos casos conocidos, la confesión del asesino de Juana Canal, a la que descuartizó y enterró en una finca, y la muerte de la joven enfermera a manos de su expareja, Guardia civil, que se trasladó a Bruselas para acabar con su vida, vuelven a poner el grito en el Cielo. No cabe más prisión permanente revisable, tenemos que reivindicar la CADENA PERPETUA para este tipo de asesinos.
Es la muerte por causas naturales un vacío inasumible, inabarcable e ininteligible porque el dolor que deja es difícil de reparar. ¿Qué vida le resta al funcionario, padre, y a la familia de la enfermera asesinada en Bruselas a manos del joven Guardia Civil? ¡Mejor no pensarlo! ¿Qué test o pruebas pasó el Guardia civil? ¡Se hace obligatorio revisar los test para acceder a tan prestigioso Cuerpo!