A petición de una amiga, comencé hace algunos años a dar clase a un grupo de migrantes, que tenían como meta superar las pruebas que exige el Instituto Cervantes, requisito indispensable para obtener la nacionalidad. Los inicios fueron un poco complicados. Recuerdo que la mayoría eran marroquíes y una brasileña. El castellano que hablaban era muy pobre, en cambio, a la hora de escribir se defendían.
Habían tenido que solicitar empadronamientos, tarjetas sanitarias, colegios para sus hijos, y un sinfín de papeles que exige nuestra burocracia. Al mimo tiempo que ellos aprendían, yo tenía que ponerme al día de legislación, memorizar fechas y datos, que si alguna vez llegué a conocerlos, los tenían totalmente olvidados.
Al día de hoy esas clases son para mí un continuo aprendizaje. Los alumnos te enseñan su cultura, modos de vida, fiestas, recetas culinarias, qué bellezas encontrar en sus países. Es un viaje a través de las palabras. Y es apasionante oír la profundidad del sentimiento patrio cuando se vive lejos. Pero quizá ellos ignoran la transformación que han experimentado en mí. He aprendido a ser más tolerante, entender situaciones que en el pasado juzgué con mucha precipitación, y que aprender es el único camino, que en la madurez, te puede dar mucha felicidad.
Practico la escritura, pero a mi manera. Es decir: mal. Aunque me afano en la corrección de las palabras, sinónimos, antónimos, tengo facilidad con los verbos y soltura con la pluma, los signos de puntuación me fallan desde mis primeros dictados. Asisto a un taller de escritura, que estoy encantada, y desde el primer día, supe lo poco que yo sabía y lo mucho que tengo que aprender si deseo que mis escritos sean más decentes.
Es un lujo la cantidad de talleres, que una ciudad como la nuestra, ofrece a sus mayores donde a gusto de cada cual, se elige actividad. Engancha el ejercicio mental con horario, día, obligación de asistencia y deberes. Compartes pupitre con nuevas personas, distintas ideas y enfoques personales. Y adecentas tu creatividad, y todo ello, gracias a profesores que en un momento determinado, pensaron compartir sus conocimientos con los demás.