jueves 21 noviembre 2024
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Volver loco al notario

En su reciente discurso ante el Parlamento Europeo, el Papa Francisco ha abogado por la defensa de la dignidad del hombre, que trasciende las leyes ciegas de la economía. No se debe gestionar Europa, ha dicho a los políticos, perdiendo de vista la sacralidad de la persona. ¿Qué otra cosa iba a decir? Pues eso. Pero este mensaje, tan al margen de los lógicos intereses de mercado no es, literalmente, de este mundo.

Este mundo y su ideología, estaba ya diseñado al final del S. XVII cuando el contrapeso de poderes dejaba a salvo la iniciativa de la libertad individual. “Las leyes están para que se cumplan los contratos”, venía a decir  el inglés John Locke (Ensayo sobre el gobierno civil) medio siglo antes que los ilustrados franceses. El contrato social que los ciudadanos libres se otorgan, mantiene un ajuste fino de egoísmos a salvo de las leyes de la selva. Este era su espíritu, una vez superados los despotismos: la defensa de la libertad individual. Y, como garantes de ella: el notario, el juez, y, la cárcel.

Pero el Papa se remite a otra dimensión. En la Biblia hay leyes tan encantadoramente desarmantes como ésta: “Si das en préstamo a un pobre y éste te entrega en prenda su manto, devuélveselo antes de que se ponga el sol, para que se cubra con él durante la noche” (Deut. 24, 12). ¿Qué clase de contrato es ese que tiene en cuenta el frío del pobre? Es la superación misma de una lógica que dice (lo más lógico): si no pagas, atente a las consecuencias, porque voy a reclamarte, ante el juez, hasta el último céntimo de lo que te presté.

La palma del disparate la tiene el alucinante relato de esa especie de cachondo mental que era el hijo pródigo (Lucas 15): el arrebato anárquico de su padre cambió el testamento en unos términos que volverían loco al notario y enfermo de resentimiento al tonto de su hermano. Éste, que jamás se había corrido una juerga con los amigos, ignoraba también la locura de un padre.

Estos textos nos remiten a un mundo de belleza moral y espiritual, tan exquisitamente extravagante, que no está de sobra que nos refresquen de vez en cuando. Y que lo haga el Papa  Francisco (de Asís), en el nombre mismo del Dios bendito.
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