Apenas supe de su regreso fui consciente de que algún día me lo podría cruzar paseando por alguna calle antequerana, otra cosa es que el trasiego de medio siglo hubiera permitido que lo reconociese. Hacía días que había comentado con otros compañeros, antiguos alumnos también la posibilidad, casi necesidad, de acercarnos al colegio de La Salle para visitarlo, cambiar impresiones y saber cómo le había ido la vida a este singular Hermano, pronto octogenario, cuyo método de trabajo en el aula contrastaba tanto con lo que era habitual en la educación que recibían los niños a principios de los años setenta, tan lejanos ya en el tiempo. Prueba de lo anterior es que muchos de aquellos chavales a los que enseñaba, hoy andamos jubilados o con un pie puesto en este singular hito de la vida que siempre te aparta de la primera línea de los aconteceres laborales.
José Antonio Warletta, tuvo a nuestra ciudad como primer destino. Durante seis cursos, aquel inquieto joven chiclanero de veinticuatro años que había realizado la carrera de teología en la Universidad Pontificia de Salamanca desarrolló un relevante y notorio trabajo que vino a elevar el nivel de la educación recibido por los alumnos del centro lasaliano de calle Carrera. El caso es que cinco décadas después, la congregación religiosa ha querido propiciar su vuelta al mismo para residir un tiempo y si cabe, disfrutar algo del merecido descanso.
No hubo que forzar encuentro porque el destino siempre teje curiosas coincidencias y la plaza de San Francisco hizo que se cruzaran nuestros pasos. A diferencia de lo que imaginaba, los cincuenta años transcurridos apenas habían cambiado el rostro de aquel hombre que nos enseñó a valorar y respetar la naturaleza, a conocer nuestro patrimonio y a que nunca debíamos de dejar de ser curiosos. Pese a que tiempo después se licenció en pedagogía, dudo que en aquella época nuestro personaje tuviera constancia de la obra de María Montessori, tan defensora del aprendizaje autónomo de los niños, o la de Dewey que a finales del siglo XIX, prácticamente en los mismos años del nacimiento de esa autora, venia a proponer la importancia del “aprender haciendo” para evitar que el alumno olvide los conocimientos dado que estos no se van tan fácilmente cuando son fruto de la experiencia que se consigue trabajándolos.
El caso es que Warletta fue un maestro innovador en aquella época al saber despertar la motivación y el interés por descubrir cosas. Inolvidables las fichas para aprender a resumir y sintetizar lo leído, especialmente de historia o geografía, las visitas a la biblioteca por aquel entonces único medio de acceso a los contenidos más certeros, las sesiones de música para conocer a los autores clásicos y sus obras o aprender cine seleccionando películas que luego comentábamos en clase.
No hay que olvidar que fue el promotor de los scouts en nuestra ciudad, ese movimiento creado por Baden Powell cuya filosofía de vida parte del respeto al medio ambiente, el compañerismo, la tolerancia y la igualdad en donde la actividad física siempre es la protagonista.
Hablamos mucho en nuestra cita posterior acordada y como fruto de esa dilatada charla supe que gracias al escultismo junto a su vinculación con la misión lasaliana había tenido la oportunidad de vivir en Roma,viajar y trabajar en más de ochenta países para volver con emoción a Antequera.
Warletta creo que podría ser el mejor ejemplo de esa frase que escribía Jung, uno de los padres de la psicología moderna, cuando afirmaba que “uno recuerda con aprecio a sus maestros brillantes, pero con gratitud a aquellos que tocaron nuestros sentimientos”.
Queda para más adelante escribir parte de lo que este hombre después de tanto tiempo nos sigue enseñando, mientras tanto merece la pena saber que Warletta sigue siendo incansable y que siempre dice “vale” a cualquier proyecto que le proponen. Es curioso, pero a personas así, parece que los años le pasan más despacio.