Tengo un teléfono móvil que cuando lo uso delante de amigos y conocidos, lo miran de soslayo. Es modelo antiguo y no está de moda. “¡Cámbiate al whatsapp!”, me dicen. No me interesa lo más mínimo; el teléfono es para hacer y recibir llamadas y el resto de sus miles virguerías, no me son por el momento, necesarias. Introducir números es algo que me trae al fresco, conservo mi pequeña agenda, y enviar mensajes no entra dentro de mis cálculos.
Le tengo un cariño enorme a las palabras, me gusta verlas escritas, correctas y enteras y mis habilidades para hacerlo a través del aparatito son lentas y no me producen la más mínima satisfacción. Así que mi teléfono está pasado de moda. Igual que yo, y aunque me modificaran y esclarecieran toda mi fisonomía, difícilmente podría recuperar mi lozanía de antaño.
Cualquier niño tiene un aparato de última generación, donde sus múltiples virguerías van proporcionales a su precio. Algunas les ayudarán a desarrollar su imaginación, otras, a frenar su niñez. Reconozco no ser muy favorable al whatsapp y facebook, nuestra vida íntima se hace pública, cosa totalmente incoherente con la protección de datos personales, que por otra parte parece un juego de niños teniendo en cuenta que a la hora de comer te bombardean las llamadas comerciales de compre usted.
Las ventajas de las comunicaciones hay que aprovecharlas bien y conocerlas mejor por los especialistas y guardadores de los países libres y democráticos para evitar ser avasallados y heridos por integristas que apretando un botón nos puede hacer saltar por los aires.
Hay que poner coto al whatsapp y educar en el manejo antes de dejar en manos de inexpertos tanto aparato que puede dañar mucho moral y físicamente. El progreso no se debe parar pero hacer buen uso de él está en manos de todos.