Quizá sea yo de los pocos vivos que pueden dar un testimonio veraz de lo que es y de lo que ha sido esta estación internacional, antes de su conversión actual en un hotel de cinco estrellas, el Royal Hideaway Hotel. Yo fui usuario de los trenes que llegaban a Canfranc desde Pau, hasta el año 1970, cuando los franceses decidieron no reparar la avería ocurrida en el puente en las cercanías de L’Estanguet. Yo viví, pues, los últimos años de esa estación llena de historia, que voy a tratar de resumir aquí.
La estación es una obra de arte; fue inaugurada en 1928 por el rey Alfonso XIII y por el presidente de la República Francesa, Gastón Doumergue. Canfrancha revivido cada año, los primeros días de agosto, su pasado histórico: todo el mundo se vestía de época para recordar a la gran Estación Internacional de Canfranc y a su túnel, y al papel jugado por ambos en el trasiego de personas y mercancías, desde Francia y España. Los franceses, muy dados a homenajear a sus héroes –y a sus menos héroes– no olvidan el papel jugado por Albert Le Lay, jefe de la aduana francesa que hizo todo -incluso arriesgar su propia vida- ayudando a muchos judíos a huir de la Gestapo.
El libro de Rosario Raro “VOLVER A CANFRANC”, publicado en el 2015, relata muchas de estas experiencias, realizadas por Albert Le Lay con el concurso indiscutible de las “heroicidades de algunos españoles anónimos de la parte española de la estación”. No bastaba con salvar vidas de judíos que llegaban de la parte francesa; estos judíos –y otros perseguidos por la Gestapo– eran ciertamente salvados por Le Lay, y alimentados, escondidos y con transporte seguro hacia otros países desde Canfranc vía Lisboa con la colaboración de los españoles de la estación¡Les quedaba por atravesar casi todo el territorio español! Así pudo llegar los Estados Unidos el pintor Marc Chagall, por ejemplo.
Parece ser que,a la llegada del general De Gaulle a la Francia libre, éste ofreció a Albert Le Lay, ya famoso y conocido como el Schindler de Canfranc, más de un puesto de responsabilidad en el nuevo gobierno francés. El héroe de Canfranc rehusó cualquier nombramiento político y manifestó su deseo de volver a Canfranc, y seguir siendo lo que fue hasta su jubilación doce años más tarde. Vivió apaciblemente su jubilación en Saint Jean de Luz (país vasco francés), sin hacer ruido y rogando a los suyos silencio sobre sus actividades, a pesar de haberle sido otorgada la Legión de Honor, la medalla de la Resistencia Francesa, y la medalla de Plata de la Libertad de los Estados Unidos. Años más tarde de su fallecimiento, quedaron desveladas par el gran público las hazañas silenciosas de un gran hombre generoso que siempre quiso ayudar a los perseguidos y que tanto colaboró desde su puesto en la estación de Canfranca alejar el peligro que se ceñía en Europa.
Mis visitas periódicas a Canfranc me hacen pensar en Albert Le Lay; ¿qué pensaría nuestro hombre al ver su historia plasmada a la entrada de la célebre estación? Y ¿cuáles serían sus sentimientos al ver el edificio de la estación restaurado, y su estación convertida en un hotel internacional de lujo más, el Royal Hideaway Hotel? Los míos son de tristeza: aquí acaba la vida de un enlace ferroviario con Francia, espectacular, lleno de historia, inaugurado en 1928 con la idea de que las frutas y otros productos de Aragón tuvieran un fácil acceso al país vecino sin necesidad de recurrir a los puntos fronterizos de Cataluña y país vasco español. Su vida en la segunda guerra mundial, con el trasiego de mineral de wolframio hacia la Francia ocupada y de oro hacia España, y los aspectos humanos descubiertos tras el silencio de Albert Le Lay, hablan por sí mismos de la importancia de Canfranc, y de mi tristeza cuando me paseo por aquella “no estación” del momento.