Qué les voy a contar que no sepan ya. Sí, que el Premio Nobel de Literatura de este año es para el cantante Bob Dylan, y con la sorpresa del momento llegan las dudas de lo que se hace últimamente con estos Premios que están cada día en más tela de juicio.
No les voy a negar que mi sorpresa fue gigantesca al conocer la noticia, ni me lo creía. De hecho miré durante largos minutos las noticias en twitter para ver si era uno de esos bulos que te encuentras a diario. Sí, era cierto. Y a partir de entonces llegaron las dudas de lo acertado o no del galardón.
Sin pensarlo las gracias y chistes llegaban –bromeábamos mi compañero Joaquín y yo de que ya mismo se lo darían a Camela–, pero ya pasadas las 24 horas de rigor necesarias en mi mente para procesar algunas cosas, llegan los razonamientos. He leído a entendidos, a muchas personas dedicadas a la Literatura que no entienden cómo este cantante de rock con dos libros publicados a los 75 años se haya colado entre García Márquez, Cela, Darío Fo, Steinbeck, Neruda, Camus, Lessing, Munro…
Si hacemos caso a esas críticas probablemente nos demos cuenta de que se han equivocado de lleno. Pero hay que darle cierta oportunidad a Dylan, aceptando lo esgrimido en la causa del premio: “por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción”. Ahí, permítanme que les dé la razón. Dylan ha aportado mucho a la música no sólo de su país, sino a toda la internacional, a generaciones enteras que han crecido con él, y no sólo como personas, sino abriendo caminos y dando salida a ideas que han terminado por arraigarse en las personas.
No les voy a decir que estoy de acuerdo, pero sí que se han abierto nuevas puertas, buenas o malas, pero parece que nuevos aires llegan a los Nobel.