· Primera lectura: Hechos 12,1-11.
· Salmo responsorial: Salmo 33, El Señor me libró de todas mis ansias.
· Segunda lectura: 2ª Timoteo 4,6-8,17-18.
· Evangelio: Mateo 16, 13-19.
Como ocurre en algunas ocasiones especiales, hoy rompemos el ritmo habitual de cada domingo para poder celebrar la fiesta de dos de los grandes testigos de la fe, los apóstoles y mártires Pedro y Pablo. La Iglesia de Roma es madre de todas las Iglesias del mundo católico. Y lo es principalmente por el testimonio y el martirio estos dos gigantes de la fe. Aunque de origen judío, ambos dieron testimonio de la fe en el Señor Jesús entregando su vida, en la capital del Imperio, a la que llegaron, según nos dicen los Hechos de los Apóstoles de una manera muy distinta. Uno como cabeza de los apóstoles, el otro como un ardiente misionero de la Buena Noticia.
Algunos de los padres de la Iglesia nos dicen que la iglesia madre de Roma es como el corazón de la Iglesia. Un corazón, que como hace este órgano en cada uno de nosotros, tiene un doble movimiento: uno hacia dentro, la comunión de todas las iglesias particulares; y otro hacia fuera, la misión a todos los rincones de la tierra. O tomando la referencia de estos dos apóstoles, la comunión con Pedro, cabeza del colegio apostólico por designación del propio Jesucristo, quien “tenía que confirmar en la fe” a los hermanos. Y la misión, que en la persona de Pablo tiene el mejor ejemplo de aquella época, cuando consagró toda su vida cristiana a llevar la Buena Noticia a todos los rincones del Imperio Romano.
Pero estas figuras no son algo del pasado sin más. Su Magisterio y enseñanzas han encontrado continuación desde entonces en la figura del obispo de Roma, en la persona del Papa, fuente de comunión de todas la Iglesias, quien como Pedro sigue confirmando en la fe a todos los que formamos parte de la Iglesia de Jesucristo. Por eso hoy tenemos la oportunidad de rezar especialmente por el santo Padre, por el papa Francisco, para que el Señor siga bendiciendo su ministerio. Junto a eso hay algo que me gustaría subrayar de la lectura del evangelio de este día. Es el diálogo de Jesús con sus discípulos. Con los de entonces y también con nosotros. La doble pregunta de Jesús es la pregunta por la fe. Ese “quién dice la gente que soy yo” y “vosotros, quién decís que soy yo”, son las cuestiones que hoy están sobre la mesa. Muchas cosas, incluso muchas barbaridades, se dicen sobre quién es el Señor. Muchas ideas preconcebidas: un revolucionario, un líder religioso, el Todopoderoso, incluso alguien de quien algunos, con muy poca educación se mofan. Pero en mi opinión la pregunta importante es la segunda. En ella el Señor sale a nuestro encuentro y nos pregunta a cada uno como hizo con sus discípulos: “Y tú, ¿quién dices que soy Yo?”.
De nuestra respuesta depende toda nuestra vida de fe. No podemos dar una respuesta “de memoria”, de lo que sólo aprendimos de nuestros padres, o en la catequesis cuando éramos pequeños. Nuestra respuesta tendría que ser como la de Pedro y Pablo, una respuesta existencial, con nuestra propia vida. O faltará mucho en nuestra vida de fe. La respuesta de Pedro puede ser nuestro modelo: “Tú eres el Hijo de Dios”. Respuesta sorprendente en labios de un pescador de Galilea, que sin mucha Teología, pero con mucho amor, ha llegado a descubrir en su corazón esa confesión fe. Confesión que le vale la respuesta del Señor: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra, Simón, edificaré mi Iglesia”. Pidamos a Dios que podamos seguir edificando nuestra fe en el testimonio de estos apóstoles, que nuestra vida, como la de ellos siga siendo altavoz de la vida y la fe que nace de Cristo Muerto y Resucitado por nuestra salvación. Feliz domingo, hermanos.