En este decimoquinto domingo del tiempo ordinario, el evangelista Lucas nos vuelve a narrar un pasaje donde un maestro de la Ley preguntó a Jesús qué debía hacer para heredar la vida eterna.
La respuesta de Jesús fue la que conocemos como el mandamiento del amor, el mejor resumen de los diez mandamientos: “Amarás al Señor tu Dios […] y a tu prójimo como a ti mismo”. Y dicho esto, aclaró (pues el mismo Jesús interpretó que no se aplicaba bien esta norma) el significado de la palabra “prójimo”, dándole un vuelco totalmente a su significado. Para ello, expuso una parábola donde un hombre fue asaltado quedando malherido, hecho ante el cual, habiendo pasado ciertos personajes tipo considerados ejemplares en la época para los judíos, no hicieron nada para socorrerlo, y, en cambio, un samaritano (un pagano para los judíos) fue el que lo atendió e hizo lo propio para socorrerlo.
Jesús aquí nos revela con esta parábola claramente que el corazón del ser humano no entiende de creencias ni de ideologías y que, por encima de todo, el prójimo para nosotros deber ser cualquier persona próxima a nosotros que padezca alguna necesidad. No sólo nuestros amigos son nuestro prójimo, sino también todos aquellos que, estando próximos a nosotros, necesitan de la bondad de un corazón humano. Y ésa es la misión del cristiano: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, es decir, ante todo procurar ser humano con los que nos rodean. Y, continuando una semana más con el evangelista Lucas, ésa debe seguir siendo nuestra misión, esa que continúa en todo momento. Ésta debe ser nuestra vocación: la del servicio a nuestros semejantes. Por eso, ahora, ve y haz tú lo propio por llevar el mandamiento del amor a tu día a día.
Emilio Córdoba Arjona