viernes 22 noviembre 2024
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Al tercer día

La resurrección de Nuestro Señor Jesucristo es un hecho único en la Historia. No se trata del milagro de un muerto reanimado, como Lázaro, que recuperó la vida que tenía antes y falleció otra vez. Jesús abandonó la muerte y volvió a vivir con un cuerpo real, tanto que conservó las heridas de su pasión y tomó alimentos con los discípulos. Pero, sin dejar de ser Él, ya era un ser diferente de antes de morir; adoptó un “ADN” especial, entró en otra dimensión y, al no estar ya sujeto a las leyes naturales, no murió nunca más.

Es digna de mención la incredulidad inicial de los discípulos. Ellos habían escuchado a su Maestro anunciar que resucitaría al tercer día, y la resurrección corporal era una idea que aparecía en las Escrituras. Pero esto tendría que ocurrir al llegar el mundo a su fin, nunca antes durante el transcurso de la vida tal y como la conocemos aún hoy.
 
Me parece muy significativo que fuesen mujeres las primeras en conocer lo que ocurrió aquel domingo. Dios, así, anuda los últimos momentos de la vida de Cristo, en los que varias mujeres, junto con el discípulo amado, lo acompañaron en su suplicio, con los primeros instantes de su nueva existencia.
 
Todo esto llega a su culmen cuando el Señor asciende al Cielo para permanecer a la derecha del Padre. Lógicamente, Jesús no se eleva para habitar en un punto o lugar físico, concreto y delimitado, sino que hay que entenderlo como que se une al Padre. Aunque se alejó subiendo al  Cielo está con todos nosotros, a nuestro lado, de forma permanente, si bien de un modo distinto a cuando recorría los caminos de Galilea o Judea.
Personalmente, varios episodios de la vida de Jesús siempre me atrajeron más que la Resurrección. Jesucristo es tan maravilloso que es un modelo a seguir tanto si está vivo ahora como si la crucifixión fue su definitivo fin. Pero no cabe duda de que su resurrección es crucial. No podemos dejar de lado la aseveración de Pablo de que si Cristo no ha resucitado es falsa la fe cristiana, añadiendo que si nuestra esperanza en Jesús se refiere sólo a esta vida somos los más desgraciados de todos los hombres. 
 
El tránsito de la muerte a la vida del Hijo del Hombre insufla valor a los discípulos para dejar de estar escondidos, asustados, perplejos y dedicar toda su vida a predicar la Buena Nueva hasta los confines del mundo. Además, proclama de un modo irrevocable que Cristo es Dios, que ha vencido a la muerte, que está vivo, e inaugura un modo nuevo y permanente de existir porque, como dice Pablo, todos resucitaremos con Él en el futuro.
 
MANUEL PEDRAZA HIDALGO 
 
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