Próximamente ejercitaremos nuestro derecho democrático al voto. Digo ejercitaremos, porque solo se ejercita aquello que se posee. Al que posee el movimiento de sus piernas, si se fractura una, tras curarse y tenerla inactiva, ha de ejercitarse en el movimiento de la misma, para que de nuevo le sustente y pueda caminar.
Pues bien, los que vivíamos antes de la Democracia, cuando celebramos nuestras primeras votaciones, una extraña y desconocida alegría nos embargó. Ahora se vota con otro aire. Es verdad que, desde entonces, la humanidad ha realizado nuevos y hermosos avances. Sobre todo hemos mejorado en lo que hacemos. Y, por ello, hemos creado una serie de instrumentos con los que dominamos cada día más y más la naturaleza.
Sin embargo, si en el campo del hacer son clarísimos los avances, en el campo del ser no ocurre lo mismo. Y no ocurre, porque si el avance de la humanidad es haber pasado de animal a racional y espiritual, en algunos aspectos, hoy pareciera que se impone la ley de la selva, la animalidad.Por eso, al hilo de las votaciones que se acercan, me hago esta mínima reflexión: nadie ignora que la política de un país condiciona no solo el modo de vivir, sino que también influye en el ser de los súbditos.
Un ejemplo: allá por finales del siglo XV se acuñó esta frase: “Jugaba el rey, éramos todos tahúres; estudia la reina, somos ahora todos estudiantes”. El ejemplo de la reina influyó de tal manera, que ese “ahora todos estudiantes”, supuso un gran cambio. Hasta el punto que los españoles pasaron de tener cuatro universidades a comienzos del siglo XVI, a tener 30 a finales del mismo.
Entonces, me pregunto: ¿No tendríamos que interrogarnos, antes de ejercer nuestro derecho al voto, no solo por el tener, sino también por el ser que deseamos y buscamos para Andalucía y los andaluces?