Acabamos de iniciar una nueva Cuaresma, un tiempo de preparación, de oración, de dejar atrás al hombre viejo. Y en esta cuaresma de 2016 tenemos la suerte de estar viviendo el año de la Misericordia, un momento especial para experimentar la misericordia de Dios, para ver su rostro en el hermano y ser también nosotros rostro de Dios para los demás.
Pero, ¿cómo podemos vivir la misericordia en la Iglesia? Resulta difícil indicar formas concretas de vivir la misericordia, a no ser descendiendo a cuestiones puntuales y concretas, como la delicadeza en el trato con los más sencillos y humildes de la comunidad cristiana, la atención a quienes viven situaciones de soledad o abandono, la acogida de quien se acerca a nuestras comunidades parroquiales desorientados y en búsqueda de ayuda, la salida al encuentro de aquellos a quienes tantas veces ignoramos o nos despreocupamos de ellos, el realizar celebraciones litúrgicas cercanas y acogedoras en las que nadie se sienta extraño o excluido.
Vivir la misericordia nos tiene que llevar: A estar atentos a la Palabra de Dios. Porque en ella encontramos a un Dios que se ha revelado como misericordia y perdón. Un Dios compasivo que es amor, que sale a nuestro encuentro, que está siempre cerca, ofreciendo siempre motivos de esperanza. Que se hace misericordia para darnos un estilo de vida que nos lleve a buscar el bien para todos sin importar condiciones culturales, de raza, sexo o religión.
A celebrar el sacramento del perdón, un sacramento que es expresión del amor de Dios al hombre, un amor tan grande que nos mandó a su propio Hijo para salvarnos y que murió ofreciendo perdón: “Señor perdónalos porque no saben lo que hacen”.
A estar presentes en el mundo como signo de reconciliación y perdón. Saber pedir perdón y perdonar. Intentar tratar a todas las personas teniendo como modelo ni más ni menos que a Dios Padre.
Y eso significa: Ser compasivos con los demás, como Él es compasivo. No juzgar a los demás, porque el amor no condena a nadie. Perdonar a los demás, porque el amor perdona siempre y a todos. Darnos a los demás, porque el amor sólo sabe dar.
Ése es el rostro que Dios quiere que mostremos al mundo. Sabemos que es imposible llegar a conseguir plenamente lo que Dios nos propone, pero el hecho de saber que Dios tiene fe en nosotros nos tiene que dar las fuerzas para acercarnos cada día y especialmente en este tiempo de cuaresma, a ser el verdadero rostro de Dios para los demás. ¡Feliz cuaresma! Y ¡Feliz Año de la Misericordia!
Coqui Bracho del Río