Mensaje de las lecturas
· Primera Lectura: Jonás 3, 1-5. 10. Los ninivitas se convirtieron de su mala vida.
· Salmo responsorial: Salmos, 24. R. Señor, enséñame tus caminos.
· Segunda Lectura: 1ª Corintios 7, 29-31. La representación de este mundo se termina.
· Evangelio: Marcos 1, 14-20. Convertíos y creed el Evangelio.
El Evangelio de Marcos, que nos va a acompañar en nuestra celebración dominical durante los próximos meses va a comenzar la misión de Jesús con el anuncio de la cercanía del Reino de Dios, que debe ser el motor que nos mueva a cambiar de vida. Cuando escuchamos que nuestro teléfono móvil ha recibido un mensaje, esta señal nos pone sobre aviso, alguien tiene algo que decirnos, alguien se ha acordado de nosotros para decirnos algo, para hacerse presente en nuestras vidas.
Y es que a las personas lo que de verdad nos hace importantes, lo que nos permite reconocernos en lo que realmente somos es que alguien se comunique con nosotros, que alguien tenga algo que decirnos.
Esto que nos puede hacer crecer, en algunas ocasiones “especiales”, o por el encuentro con alguien especial puede cambiar para siempre nuestra vida. Pero si pensamos que quien nos habla, que quien se dirige a nosotros, es el mismo Señor, cuando Él aparece en nuestra vida, ya nada puede continuar igual, porque Él todo lo hace nuevo. Pues eso es lo que ocurre hoy en este Evangelio, con el anuncio que al comienzo de su vida pública hace el propio Jesús: “El tiempo se ha cumplido y ya está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en la buena noticia”.
¿Qué tiempo se ha cumplido, hermanos? El tiempo de Dios, el tiempo de la salvación, ni más ni menos. Dios lo había prometido hacía mucho tiempo, pero no había llegado el momento oportuno de que la Salvación se encarnara, de que a todos los hombres se nos ofreciera la oportunidad de reiniciar nuestra vida en las claves que salen del corazón amoroso de Dios. De eso son testigos, desde el principio, los cuatro compañeros de viaje que toma en este evangelio de hoy junto al lago de Galilea. El éxito de la misión del Maestro dependía en que muchos se fueran implicando en ello. Y Pedro y su hermano Andrés, Santiago y Juan, los hermanos Zebedeos son buen ejemplo de ello.
Aunque para eso tuvieran que dejar sus “seguridades” y ponerse manos a la obra, aunque desde entonces tuvieran que navegar en nuevos mares en su tarea de ser pescadores de hombres. Ellos estaban acostumbrados a arrancar del mar de Galilea sus frutos, sus peces. Sólo siendo conscientes de ello, de buscar o de potenciar en el día a día la llamada que Dios nos hace, de ser conscientes de nuestra vocación y de encontrar en la cercanía del Señor la fuerza y el amor necesarios para vivirla en plenitud, estaremos dignificando nuestro ser de verdad, discípulos suyos.
Mirémonos en estos primeros discípulos, en estos pescadores de Galilea, o en el testimonio luminoso de María, su madre, la primera discípula, o de los miles de hermanos y hermanas que nos han precedido en el camino de la fe, y con sus testimonios de fidelidad, nos acercan la gran verdad: desde la fe es posible vivir como Dios espera de nosotros, se puede hacer vida en nosotros y para nuestros hermanos, todo su amor.
Que en ellos, que en la Iglesia del cielo encontremos el aliento para llevar adelante la aventura de la fe. Con este reto de amor por delante caminemos con la confianza, disfrutemos de la celebración de este domingo. Que Dios con su amor, siga bendiciendo nuestras vidas, hermanos.
padre Juan Manuel Ortiz Palomo