Mensaje de las lecturas
· Primera lectura, Jeremías 31,7-9. Guiaré entre consuelos a los ciegos y cojos.
· Salmo responsorial: Salmos, 125. R. El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres.
· Segunda lectura, Hebreos 5, 1-6. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
· Evangelio: Marcos 10,46-52. Maestro, haz que pueda ver.
El ciego Bartimeo
El Evangelio de este domingo nos acerca a otra de esas escenas que nos son tan familiares, que seguramente podríamos repetir casi de memoria. Y sin embargo, cada vez que nos acercamos a ella, podemos descubrir nuevos detalles, pequeños aspectos, que pueden llenar de luz y esperanza nuestra vida de fe, como le ocurre a los ojos del pobre Bartimeo.
Marcos suele ser muy parco en sus descripciones evangélicas. Pero hoy se detiene para regalarnos, con profusión de detalles, la bella página del Evangelio que se va a proclamar en nuestras iglesias este fin de semana.
El hecho ocurre en Jericó, la ciudad más antigua de occidente. Esta ciudad es un oasis donde comienza el camino que sube desde la depresión del río Jordán hasta las montañas de Judea, donde se asienta la ciudad santa de Jerusalén. En aquel “cruce de caminos” sobrevivían muchos mendigos como este ciego, que vivían de las limosnas que los caminantes que pasaban por allí les daban.
Pero junto a esas limosnas, a Bartimeo le había llegado noticias de un maestro que además de “predicar, daba trigo”. Sí, un nazareno, un tal Jesús, que iba llevando el amor y la misericordia de Dios por toda Judea como había hecho primero en Galilea, su tierra.
Eso explica la reacción del ciego, sus gritos para llamar la atención de Jesús. Y lo consigue pese a la poca ayuda de los discípulos del Maestro, que intentaban acallar su voz para que no molestase el camino de Jesús. Pero los “renglones torcidos” de Dios son así, no se detienen ante esos impedimentos, sino que sube el tono de la súplica, de la voz, para que llegue hasta sus oídos la súplica del aquel corazón necesitado.
Tan necesitado estaba aquel ciego, que es capaz de desprenderse de todo lo que tenía (“arrojó el manto” dice Marcos) para ir al encuentro de Aquél que alentaba su esperanza en el corazón.
Por eso no sorprende la pregunta de Jesús: no le hace un examen sobre lo que le han dicho sobre él, sino una pregunta que va a la raíz, a lo más profundo de su ser persona, a sus verdaderas necesidades: “¿qué quieres que haga por ti?”.
No sé si aquel encuentro se lo había imagino Bartimeo así, pero lo que sí es verdad es que la respuesta le brota desde lo más profundo de su ser: “Maestro, que pueda ver”. Una respuesta sencilla, pero con un gran trasfondo, el trasfondo de la fe: “anda, tu fe te ha curado”. Una respuesta muy propia de Jesús, ya que acompaña a muchos de sus gestos milagrosos: por tu fe, recuperas la salud como deseas.
Pero lo hermoso de esta página es que Jesús, “Luz del mundo” no sólo ha curado la ceguera de Bartimeo, sino que se ofrece como la luz que alumbra el camino de todos los que creemos en Él, de todos los que damos a la fe un papel importante.
Ahí radica la fuente de nuestra esperanza: creer en Jesucristo nos abre a la luz de la nueva vida, puede iluminar todas nuestras cegueras, iluminar hasta los rincones más escondidos de nuestra alma. Donde llega la Luz verdadera brota el amor. Y lo más importante, cambia nuestra vida. Tanto como para poder seguir los pasos del Maestro, para convertirnos verdaderamente en sus discípulos. Pues hagamos nuestro el ejemplo de este pobre ciego.
Él vivía al borde del camino, en las “periferias” a las que una y otra vez nos envía el Papa Francisco. No podemos olvidar que en esas afueras de Dios es donde la semilla de la Buena Noticia germina, normalmente, con más fuerza. Bella tarea para nuestra vida de fe. Feliz y santo “Día del Señor” para todos. Que Él siga bendiciendo, con su luz, nuestra vida.
padre Juan Manuel Ortiz Palomo