En nuestro mundo pesan demasiado los cargos, las jerarquías los que más saben, aquellos que tienen más influencia y poder. Y nos olvidamos de romper esas barreras que levantamos entre sabios y menos sabios, entre pobres y ricos. El papa Francisco, en medio de esta realidad mundial de globalización que ensalza a los ricos y excluye a los pobres o menos sabios, nos viene hablando de una Iglesia sinodal donde todos todos somos iguales y tenemos una palabra que decir y una responsabilidad que asumir sin excepción de clases, ni raza ni religión. Somos la Iglesia en salida, Iglesia sinodal donde no podemos quedar como meros espectadores sino como actores en la construcción del Reino de Dios, que es el reino de la paz, justicia y amor.
El pasaje del evangelio de este domingo nos lleva hacía la sinagoga de Nazaret, donde tiene lugar el episodio que, en cierta medida, es la presentación de Jesús en medio de los suyos y el inicio de su misión evangelizadora. Aquel sábado, Jesús recibió el rollo de la Ley, leyó el texto del profeta Isaías que trataba claramente de la misión del Mesías ungido por el Espíritu. Al terminar la lectura el Nazareno dijo: “Hoy se cumple esta lectura que acaban de oír”.
Sin pelos en la lengua y pensando que sus paisanos se iban a encolerizar con él, pues le conocían muy bien, era el hijo del carpintero, no había estudiado nada de la Ley de Dios, para ellos era lo que hoy decimos “un don nadie” que se pone a darles lecciones. Pero a pesar de esos prejuicios, Jesús tiene el coraje de presentarse como Hijo de Dios, enviado del Padre y ungido por el Espíritu Santo para anunciar la Buena Nueva a los pobres, para liberar a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor
Jesús no es sólo un profeta o maestro, porque Jesús no se limita a actualizar, reforzar o renovar las promesas de una salvación futura, ni a exponer una doctrina religiosa y moral más elevada. Jesús se distingue de unos y otros porque en él se realizan y se hacen verdad las promesas que Dios hizo a su pueblo por medio de los profetas; y su doctrina no es un sistema de ideas y valores, sino que él la encarna en su propia persona.
Jesús anuncia la inauguración de un tiempo nuevo en el que la salvación y la presencia de Dios no son ya objeto de una vaga esperanza futura, sino que se pueden gustar en el presente y en primera persona. Jesús asume y hace suyas las dificultades de este nuestro caminar: “hoy” empieza él a tomar sobre sí nuestras cargas, nuestros sufrimientos, nuestros pecados. Porque está ya presente “hoy”, podemos sentir y saber que somos ricos en medio de la pobreza, que no somos esclavos, ni del pecado, ni de los convencionalismos, ni de los prejuicios de nuestro entorno.
El “hoy” que nos ofrece Jesús y que nos libera y nos cura de nuestras cegueras, nos permite descubrir en las múltiples diferencias posibilidades nuevas de cooperación y enriquecimiento mutuo. Cristo viene a anunciar que “hoy” se inaugura el año de gracia del Señor. En él hallamos la gracia, la fuerza, el don, el regalo que nos permite superar la enemistad de la diferencia y hacer nuestra existencialmente la “no-indiferencia” ante el rostro del otro, del pobre, del distinto.
Jesús hace vivo con su vida lo que proclama en la sinagoga. Hoy cada uno de nosotros que vamos todos los domingos a misa podríamos también revisar nuestra actitud frente a la Palabra de Dios que escuchamos y pedir al Señor la gracia que valora su Palabra, que dona vida y salvación.