Domingo de la Divina Misericordia ¡Cristo ha Resucitado! Es un verdadero gozo el experimentar y saber que Dios no ha dejado abandonado a su Hijo Jesucristo. La muerte no ha podido al Amor. Por eso, en estos días Pascuales, la Iglesia nos invita a profundizar en la experiencia del Resucitado.
En este domingo, día de la Divina Misericordia, el Evangelio de San Juan nos invita a adentrarnos en la persona de Cristo. Es momento de creer, dejando los temores, dudas y desconfianzas a un lado. Quizá, todos tenemos un poquito de Tomás, nos cuesta creer en el primer momento, y como personas, necesitamos ver, sentir y sobre todo tocar las llagas de Jesús.
Quien vive el tiempo Pascual como un tiempo de gracia, sabe que Jesús se abre sus llagas y nos invita a ver y tocar sus llagas presentes en tantos llagados de la humanidad. Cristo vive en el cielo, está sentado a la derecha del Padre, pero además, él se identifica y mora en cada hermano que sufre. Hoy soy muchas las personas que no ha sabido resucitar con Cristo, y me atrevería a decir, que muchos cristianos no han sabido morir para vivir con Jesús.
Es hora, de dejar los pensamientos, de aparcar nuestras ideas y doctrinas a un lado para mirar, creer y aceptar al que “vive” a nuestro lado. Una señal de la resurrección es la Paz. Todo el que pertenece a Jesús de Nazaret y celebrar la cincuentena Pascual, tiene que sentir la Paz, la certeza que no vivimos solos, sino que dentro de nuestro interior mana una fuente de gracia que es capaz de dar vida en nuestras vidas, una vida que se manifiesta en la alegría, la esperanza, el compromiso, la entrega, la oración, es decir, somos armonía del Resucitado.
No podemos pasar, sin mirar al Corazón de Jesús. La Divina Misericordia que se hace presente en la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, quiere llenar el orbe entero del Amor de Dios. Hoy, siguiendo las enseñanzas de nuestro gran santo Juan Pablo II, estamos llamados a adentrarnos en el Misterio, sintiéndonos acogidos por el resplandor que brota del costado de Jesús.
Participemos de la Eucaristía, y frecuentemos el sacramento del Perdón, para gustar y ver qué bueno es el Señor con todos nosotros. Que el tiempo de Pascua nos ayude a confesar a Cristo como el Señor de todas nuestras vidas y nos fortalezca en nuestro caminar como verdaderos creyentes.
¡Señor mío y Dios mío! Que esas palabras sean las ultimas en pronunciar nuestros labios a la hora de irnos a descansar y sobre todo a la hora de la partida de nuestro encuentro con el Padre. Que la Santísima Trinidad os bendiga.
padre trinitario Manuel García López