Domingo de Pentecostés: el idioma del Espíritu

El Espíritu Santo es el gran desconocido del pueblo cristiano. Para muchos es simplemente la paloma. Sin embargo el Espíritu no es una paloma. ¿Qué es, pues? O mejor ¿Quién es el Espíritu? ¿Qué influencia ejerce en nuestra vida? ¿Cómo sabremos que reside y habita en cada uno de nosotros? ¿Cuáles son sus frutos?

 

El que sinceramente quiere ser cristiano no puede prescindir del Espíritu Santo; conocerle y buscarle es pues, una tarea ineludible; y en su proceso de búsqueda descubrirá que la tercera persona de la Santísima Trinidad es el Espíritu de Jesús cuyo envío promete a sus apóstoles y a todos los creen en Él. Y en su promesa, deja entrever que, este Espíritu es la sabiduría suprema que nos hace entender su mensaje de amor, para vivirlo a fondo. 

 

Porque es el Espíritu quien nos hace caer en la cuenta de que vivir la fe, creer en Jesús, es abandonarse como hijo querido en los brazos amorosos de su Padre querido, confiar plenamente en Él, estar absolutamente seguros de su protección, esperar todo de Él, tener la plena seguridad de su amor providente, amándole con todo nuestro corazón y nuestro ser y esperar todo de Él; es el Espíritu quien nos ilumina y fortalece para confiar la propia vida en las manos de un Dios, pleno de amor y ternura.

 

La palabra de Jesús nos sugiere que el Espíritu es una fuerza formidable que nos capacita para ser coherente con el mensaje evangélico que Él nos ha anunciado. Es un dinamismo de vitalidad, vigor y energía que nos infunde valentía, atrevimiento y personalidad para vivir coherentemente en nuestro contexto vital la misión encomendada por Jesús de anunciar su Reino a todo el mundo; es la fortaleza que levanta testigos en todo los contextos de nuestro entorno para vivir la fe sin cobardías, sin vacilaciones, con atrevimiento, hasta el martirio.

Este Espíritu posee un lenguaje que hace posible la erradicación del egoísmo, de la prepotencia, de la imposición, del afán de dominio, del orgullo fratricida y toda forma de cainismo humano; es el que facilita el entendimiento universal, la comprensión mutua, la ayuda recíproca, la capacidad del perdón, la solidaridad al límite. Es el que abre la puerta al lenguaje del amor entre todos los que habitamos este planeta, de norte a sur, de oriente a occidente; bajo la acción benevolente y amorosa del Espíritu todos somos hermanos, sin distinción de países, de razas, de religión, de ideologías, pues Él, como fuente del amor nos capacita para ese lenguaje universal por el cual todos podemos entendernos como hermanos.

 

Sea a veces bajo la imagen de agua refrescante en pleno estío veraniego, o como fuego vivificante en las gélida época del crudo invierno; sea como eficaz medicina de las heridas más incurables causadas por la maldad o la venganza, o también como aliento vivificador de una fe agonizante. 

 

Es siempre el mismo Espíritu que el Padre nos envía a través de Jesús para capacitarnos en la transformación de nuestra vida en un horizonte de luz, donde reina el amor, la paz, la fraternidad, la libertad, la comprensión y la solidaridad. Es el Espíritu que nos invita a ti y a mí a una reflexión seria, profunda y vivificante que procede del Padre por el medio del Hijo. Este Espíritu nos susurra suavemente que cada cristiano puede pronunciar con toda honestidad, coherencia y profundidad que Jesús es su Señor, el Señor de su historia y el sentido total de su vida.

 

padre trinitario Domingo Reyes