En aquel tiempo, dijo Jesús: «Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn. 10, 11). Así comienza el Evangelio del IV Domingo de Pascua. Quiere la Iglesia dedicar este día a la figura del Buen Pastor. Una imagen con mucha resonancia histórica, pues será una de las primeras pinturas que tendremos de Jesús así simbolizado en las catacumbas y sarcófagos.
Y aprovechando este domingo, nos invita la Iglesia a rezar con más insistencia por las vocaciones. Se puede sobreentender que se refiere a las vocaciones a la vida sacerdotal, religiosa y todas aquellas que conllevan una específica misión. Pero también podemos completar esa idea con la que vuelve a recordarnos el Santo Padre en su Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate de 19 de marzo: Todos estamos llamados a la santidad: Mi humilde objetivo es hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades. Porque a cada uno de nosotros el Señor nos eligió «para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor» (Ef 1, 4). (Ibid. n. 2)
Jesucristo, con su vida, muerte y resurrección nos ha abierto las puertas del cielo; nos da ejemplo en todo y nos acompaña, a la vez que nos coge sobre sus hombros cuando nos venimos abajo, cuando nos sentimos hundidos. En ese acompañarnos nos dice constantemente que nuestra vida entera es camino hacia el cielo. Para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra. (Ibid. n. 14)
Nos damos cuenta de que esa llamada a la santidad es ya vocación. Dios, al llamarnos a la vida nos da una misión y llevarla a término –con su ayuda– es alcanzar la santidad que Él espera de cada uno de nosotros. También es cierto que Dios se apoya en las distintas instituciones que ha hecho surgir a lo largo de los siglos, junto con la jerarquía eclesiástica, para hacer más asequible esa llamada a la santidad. Estamos creados para vivir en sociedad y la ayuda mutua será siempre esencial en ese caminar. Aquí volvemos a mirar a Jesús, Buen Pastor. Él nos enseña, nos cura, nos salva. Es el que da la vida por sus ovejas. Tiene que ser Él quien esté al frente de toda familia, de toda institución de la Iglesia, guiándonos con sus silbidos, con esa voz que es reconocida por las ovejas.
Y es Su gracia la que nos hace santos: Su amistad nos supera infinitamente, no puede ser comprada por nosotros con nuestras obras y solo puede ser un regalo de su iniciativa de amor. Esto nos invita a vivir con una gozosa gratitud por ese regalo que nunca mereceremos, puesto que «después que uno ya posee la gracia, no puede la gracia ya recibida caer bajo mérito». Los santos evitan depositar la confianza en sus acciones: «En el atardecer de esta vida me presentaré ante ti con las manos vacías, Señor, porque no te pido que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos» (Papa Francisco, Exhort. Apost. Gaudete et exultate, n.54)
Abiertos a la gracia, algunas almas oirán su voz con una tonalidad especial. Oirán una llamada específica a alcanzar la santidad con un especial sentido del servicio, de la ayuda a los demás: al sacerdocio, a la vida consagrada, al celibato apostólico… Es por ellos por quienes nos sentimos más impulsados a rezar en este domingo del Buen Pastor. Para que nunca le falte a su Iglesia los pastores necesarios que guíen a su pueblo por el camino hacia la santidad.
padre Mariano Amores