Mensaje de las lecturas
· Primera lectura, Ba.5, 1-9: “… todo monte será abajado… y colmados los valles…”.
· Salmo: Sal. 125.: “… el Señor cambió la suerte de Sión…”
· Segunda lectura, Fil 1, 4-6.8-11: “… que vuestro amor siga creciendo…”
· Evangelio, Lc, 3, 1-6: “Preparad el camino del Señor”
Reflexión, Audacia y Conversión
El tiempo del Adviento es un tiempo de reflexión, de análisis, de conversión, de examen de conciencia. ¿Sobre qué? ¿Cuál es el objeto sobre el que reflexionar? ¿De qué nos tenemos que convertir?
Está claro que la calidad de nuestra vida cristiana es el eje sobre el que giran nuestras preguntas. Es lo mismo que decir sobre la calidad de nuestra relación con Jesús, de la fe que decimos profesar en Él. Hoy en estas lecturas tres profetas nos presentan sus mensajes: Baruc, Pablo, y Juan el Bautista. Como ellos, también nosotros, no lo olvidemos, asumimos como norma de nuestra vida el contenido nuclear del mensaje de Jesús el día de nuestro bautismo, convirtiéndonos en profetas suyos.
Como todos los profetas cada uno de nosotros nos hemos comprometido con Dios a vivir intensamente y en profundidad las peculiares características de un profeta cristiano. Como Baruc, Pablo y Juan Bautista, también nosotros hemos asumido libremente las exigencias de vivir una experiencia de Dios intensa, perseverante, profunda, auténtica y comprometida. Una experiencia de Dios que gire en torno a la Eucaristía como encuentro especial e inigualable con el Dios hecho hombre, y desde su condición humana, compartir nuestra experiencia cuajada de carencias y dolores hasta la muerte.
Por eso el profeta, –nuestra condición de profetas– nos empuja a testimoniar y vivir esta experiencia de amor universal en el devenir diario de la vida y en circunstancias de la más extrema dureza; nos impulsa a denunciar, con la palabra y el testimonio de nuestra vida, la violencia estructural y puntual contra el hermano, su explotación, su humillación, la violación de sus derechos, y toda clase de trato inhumano. Y eso aunque con ello pongamos en grave riesgo nuestra vida.
El profeta sabe, es consciente y conoce que los montes y los valles, es decir, nuestros elevados orgullos personales, hay que allanarlos; que nuestros vacíos, cobardías, y nuestras rutinas así como indolencias hay que sepultarlas para siempre con la fuerza del Espíritu y la osadía evangélica.
El Adviento, como preparación al acontecimiento de Navidad, nos exige reflexión, audacia y conversión. Reclama el recogimiento hacia nuestro interior para descubrir de forma serena y tranquila, en la más hondo del silencio el clamor Dios que nos llama al cambio, a la transformación personal, a descubrimiento del sentido evangélico de la Navidad como acontecimiento de paz, de concordia, de solidaridad, de cercanía, de compasión y misericordia, sin discriminación de personas; justamente todo lo contrario de lo que nos sugiere una propaganda y publicidad agobiante que incita de forma despiadada al consumismo, al placer desenfrenado, a volver una y otra vez sobre sí mismo y al olvido de los demás, contribuyendo a esconder y ocultar la figura de un Jesús que nace por amor, vive pobre por amor, y muere por amor, perdonando al enemigo.
Este Adviento nos reclama, pues, el confrontarnos con nosotros mismos; el cuestionarnos sobre la calidad evangélica de la celebración navideña; nos impulsa a contemplar la figura del Niño, inerme e indefenso en un pobre pesebre, asumiendo la triste y dramática realidad de tantas personas que arrastran por el mundo su dramática existencia en condiciones infrahumanas, sumido en la más absoluta pobreza y miseria, experimentando diariamente las dentelladas despiadadas del hambre inmisericorde.
Preparar los caminos al Señor, enderezar su sendas, allanar montes y rellenar valles significa, para los cristianos, la desaparición de toda clase de orgullo y egoísmo, el esfuerzo por rellenar los vacíos de nuestra vida y alejar de sí la desidia e indolencia cristiana del inmovilismo y la comodidad; conlleva también el esfuerzo, la audacia y la energía de denunciar las falsedades e hipocresías de unas navidades secuestradas por la avaricia y el hedonismo de una publicidad interesada en el negocio económico como expresión del más profundo egoísmo e insensibilidad para con el pobre y el menesteroso, pero con iguales derechos y dignidad que cualquiera de los que habitamos en latitudes opulentas y desarrolladas. Es la invitación y el mensaje que nos ofrece el Niño de Belén.
padre trinitario Domingo Reyes