· Primera lectura: Hch., 13, 43-52. “… Los gentiles… alababan la Palabra del Señor…”
· Salmo responsorial: Salmo 99, 2.3.5. “…Sabed que el Señor a Dios… y nosotros su rebaño”
· Segunda lectura: Ap. 7, 9. 14b-17: “… el Cordero será su pastor…”
· Evangelio: Jn, 10, 27-30. “Yo doy la vida eterna a mis ovejas”.
No cabe duda de que la figura del Buen Pastor, sobre el que gira la liturgia de este Domingo IV de Pascua, nos invita a plantearnos numerosas reflexiones y preguntas a todos los que nos consideramos cristianos.
La vida del ser humano se rige por dinámicas existenciales consideradas como valores decisivos con potencialidad indiscutible para conformar la vida personal. Las estadísticas hablan de que una buena parte de nuestra sociedad se inclina por considerar la seguridad personal, la salud y el trabajo, como valores fundamentales de su existencia. Pero también es verdad que, además, otros interrogantes existenciales se abren camino en lo más profundo de cada uno de nosotros del tenor siguiente: ¿Por qué existe el mal, el sufrimiento, la muerte? ¿Por qué sufre el inocente? ¿Qué sentido tiene la vida humana? ¿Por qué la necesidad de amar y ser amado? ¿Por qué existe la pobreza? ¿Cuál es la causa de que unos pocos tengan tanto y otros muchos nada? ¿Tienen solución nuestros males? ¿Dónde, cuándo, cómo? Y sobre todo ¿quién posee la varita mágica para la erradicación del mal y la implantación del bien? ¿Quién o quiénes pueden erigirse como líderes que nos conduzcan al paraíso perdido tan suspirado y tan insistentemente anhelado pero nunca plenamente alcanzado?
Las lecturas de este Domingo IV de Pascua se centran en la figura del Buen Pastor. Y el cristiano debería percibir que, frente a tanto líder que proclama y promete la felicidad ideal así como la solución definitiva y total para los problemas humanos, sea del mundo religioso, político, económico, científico, artístico o deportivo, se erige, solemne, la figura humilde y a la vez poderosa de Jesús que, impulsado por su condición de enviado del Padre, afirma rotundamente su condición de Buen Pastor. Un pastor que proclama un mensaje tan elevado como ninguno jamás lo ha pronunciado e imaginado desde una total y absoluta coherencia de vida. Un pastor que anuncia un Reino de amor, de vida, de paz, de justicia, de fraternidad, de solidaridad y perdón.
Este Buen Pastor conoce a sus ovejas, las conduce a fértiles y sabrosos pastos, cuida de ellas, e incluso está dispuesto a dar la vida por ellas. Este Buen Pastor proclama un mensaje en el que el amor a Dios, que necesariamente se materializa en el amor al hermano, es tan profundo, existencial, y determinante que condiciona decisivamente la vida de personas, por encima de ambiciones, egoísmos, odios, venganzas, con una fuerza transformadora, apasionante e irresistible, como es la fuerza del amor y la convicción de una vida plenamente coherente.
Este Buen Pastor, abre su redil a toda persona de buena voluntad que quiere convertirle en el gran valor y la gran apuesta de su vida; Él es consciente de nuestra naturaleza débil y endeble. Por eso asegura la fuerza para que cada uno de los creen en Él se revistan de fortaleza y audacia en la implantación de un reino tan exigente como el Reino de Dios.
Es un pastor que llama a determinadas personas para hacerles partícipes de su misma condición; para que representen en este mundo de forma especial su figura y talante de Buen Pastor, misericordioso, cercano, sencillo y acogedor. Ellos son sus pastores, sus sacerdotes, sus elegidos, sus enviados para que, mediante su testimonio de vida y su palabra, se erijan en medio de nuestra sociedad como iconos elocuentes del amor a Dios y al hermano, especialmente de los más desfavorecidos, dispuestos siempre a dar la vida por sus ovejas.
padre trinitario Domingo Reyes