Dios es amor. (“Solo hay un motor capaz de cambiar el mundo: El amor”. Teilhard de chardin). Continuamos recorriendo nuestro camino Pascual. Cristo resucitado sigue caminando con todos y cada uno de nosotros. El Camina hacia su Ascensión. Nosotros caminamos por nuestro mundo. No tenemos más que abrir los ojos para darnos cuenta de que la tónica general que gobierna la vida humana es la no aceptación del otro, el no fiarse, el desprecio o el odio.
Después de dos mil años de cristianismo, seguimos encerrados al mensaje de salvación y seguimos siendo egoístas y autosuficientes. El evangelio de esta semana es una invitación a abrir el espíritu, la mente y el corazón. Es una llamada para que aprendamos a amar y convivir con los que son diferentes a nosotros, a que no etiquetemos a nadie para evitar que las etiquetas se conviertan en diferencias. Después de su Resurrección, Jesús permanece con nosotros, está en medio de nosotros… pero su manifestación se realiza de tal manera que sólo la pueden percibir aquellos que están unidos con él por la fe y el amor, lo cual implica amar a Dios y al prójimo.
El evangelio es continuación del domingo pasado, el fruto bueno que dará el sarmiento que permanece unido a la vid, será el fruto del amor. El fundamento del amor cristiano, no está en que yo haya descubierto lo importante que es amar, cosa que puede hacer como persona alguien que no sea creyente, sino que el fundamento está en que Dios me amó primero. Si el fundamento del amor estuviera sólo en mí, tendría muy fácil justificar mis faltas, cuando la persona a la que tengo que amar no se merece mi amor, por sus fallos continuos, por sus errores, o porque deja de caerme bien; pero como el fundamento está en Dios, está en Jesús que demostró su amor dando la vida por los que lo mataban, a mi no me quedan excusas para justificar mis faltas de amor a los demás, no tendré razones para excusar mis faltas de amor sobre todo a los que no se lo merecen.
En la recta final del tiempo de Pascua, la liturgia nos propone estos textos de San Juan, que nos hacen retroceder al discurso de la Última Cena, para que no perdamos de vista el testamento de Jesús que es el fundamento donde se cimienta la comunidad de la Pascua. Testamento que debe dinamizar la vida de la Iglesia, la de siempre y la de ahora, y que debe dinamizar también nuestra vida de hombres y mujeres de fe en este mundo que nos ha tocado vivir.
La medida de ese amor es la de Jesús, la de la exigencia máxima, la de la entrega total por los que se ama y como respuesta siempre tendremos la nuestra, nuestra falta de entrega, nuestra falta de ilusión, nuestros escasos progresos en el camino de seguimiento de Jesús, lo que nos salva es nuestra confianza puesta siempre en el Señor. Le pedimos al Señor que nos ayude a interiorizar estas cosas, a hacerlas nuestras, que no se queden en meras reflexiones teóricas sino que intentemos hacerlas realidad en nuestra vida.