En un mundo en donde todos corremos por las seguridades que nos ofrecen toda clase las compañías de seguros, en donde se evita toda clase de riesgos y se tiende al inmovilismo, Jesús nos ofrece un estilo de vida diferente, una “Iglesia en salida” (Papa Francisco).
Jesús no envía a sus discípulos de cualquier manera. Para colaborar en su proyecto del reino de Dios y prolongar su misión deberán cuidar su estilo de vida. Jesús ha llamado a sus seguidores más cercanos, es decir, a los Doce y los envía con instrucciones bien precisas acerca de cómo deben ir a predicar por los pueblos y aldeas de aquella Galilea del siglo I.
Como siempre ante los intereses humanos del dinero, poder, explotación y violación de los derechos humanos, Jesús está pensando en un mundo más sano, liberado de las fuerzas malignas que esclavizan y deshumanizan al ser humano. Sus discípulos introducirán entre las gentes su fuerza sanadora. Se abrirán paso en la sociedad no utilizando un poder dominador, sino humanizando la vida, aliviando el sufrimiento y haciendo crecer la libertad y la fraternidad.
Solo llevarán “bastón” y “sandalias”. Jesús los imagina como caminantes. Nunca instalados. Siempre de camino. No atados a nada ni a nadie. Solo con lo imprescindible. No llevarán “ni pan, ni alforja ni dinero”. No han de vivir obsesionados por su propia seguridad. Llevan consigo algo más importante: el Espíritu de Jesús, su Palabra y su autoridad para humanizar la vida de las gentes.
Muchas veces los cristianos nos preocupamos mucho de que la Iglesia cuente con medios adecuados para cumplir eficazmente su tarea: recursos económicos, poder social, plataformas eficientes. Nos parece lo más normal. Sin embargo, cuando Jesús envía a sus discípulos a prolongar su misión, no piensa en lo que han de llevar consigo, sino precisamente en lo contrario: lo que no han de llevar.
Jesús imagina a sus seguidores como hombres y mujeres liberados de ataduras, identificados con los últimos y descartados de la sociedad como los pobres, enfermos, encarcelados, emigrantes, ancianos que viven en la soledad… En realidad Jesús no quiso dejar el evangelio en manos del dinero. Sus seguidores no han de “acumular tesoros en la tierra”. Hemos de destacar que el dinero le resta credibilidad al evangelio. Desde el poder económico no se puede predicar la conversión que necesita nuestra sociedad.
Jesús no necesita de poderosos que protejan la misión de sus discípulos. No cree en el poder como fuerza transformadora. El poder puede ir acompañado de autoritarismo impositivo y no es capaz de cambiar los corazones. Jesús cree en el servicio humilde de los que buscan una sociedad mejor para todos.
Aquí, como destaca el teólogo José Antonio Pagola, hay algo que no podemos eludir. El evangelio es anunciado por aquellos que saben vivir con sencillez. Hombres y mujeres libres que conocen el gozo de caminar por la vida sin sentirse esclavos de las cosas. No son los poderosos , los financieros, los tecnócratas, los grandes estrategas de la política los que van a construir un mundo más humano.
Esta sociedad necesita descubrir que hay que volver a una vida sencilla y sobria. No basta con aumentar la producción y alcanzar un mayor nivel de vida. No es suficiente ganar siempre más, comprar más y más cosas, disfrutar de mayor bienestar. Hoy desde este rincón del sur de Chile en medio de un crudo invierno de tres y cinco grados bajo cero de frio y lluvia, contemplo gente muy pobre, humildes campesinos en las 19 capillas que atendemos los Trinitarios, presos abandonados, hombres de la calle que no tienen hogar, enfermos y ancianos que viven en la pobreza y soledad. Todos ellos nos interpelan de que seguir a Jesús y vivir la vida cristiana es un estilo de vida más sencillo y más cercano al dolor y sufrimiento de la gente.