viernes 22 noviembre 2024
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Domingo XVI del Tiempo Ordinario: el Señor es mi pastor

El domingo pasado el Evangelio presentaba a Jesús enviando a los doce a predicar. Hoy relata la vuelta de esa misión. Dice Marcos que los apóstoles vuelven de su misión y evalúan ante Jesús lo que han hecho.

En la Iglesia todos somos enviados, nuestro bautismo es misionero y se desarrolla en misión. Evaluemos, entonces, nuestra misión de esposos, padres, hijos, trabajadores, estudiantes, mujeres y personas cristianas.

Y tras la evaluación, dijo Jesús a los suyos: “venid a un sitio tranquilo y apartado”. Es decir: tomaos un descanso. Jesús sabe que tenemos necesidad de retiro, de descanso, de reposo del cuerpo y alma.

Y así como buscamos nuestro descanso corporal, tendríamos que buscar nuestros espacios de silencio y oración.

Dice Marcos que “se fueron en una barca hacia un sitio tranquilo y apartado. Pero que al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos”.

Siempre hay una multitud, siempre hay alguien que nos necesita. Y a Jesús le dio lástima. Le dio lástima y “se conmovió”. De ese conmoverse nace la misión. ¡Ay, si perdiésemos la capacidad de conmovernos, perderíamos un rasgo distintivo de Cristo, no podríamos ser sus seguidores!

“Les dio lástima, porque andaban como ovejas sin pastor”. Como ovejas sin pastor. En la Iglesia, todos somos pastores, todos participamos del oficio de Cristo: Sacerdote, Rey y Pastor. Todos somos enviados, y, al mismo tiempo, todos ovejas de Cristo.

Y, entonces, conmovido, Jesús se puso a enseñarles con calma. A enseñar con calma, para que la semilla prenda y arraigue. Con calma, en nuestro tiempo, donde la inmediatez se impone hasta convertirnos en esclavos de las prisas.

Con calma, porque el Evangelio, siempre supera nuestras explicaciones y nosotros somos aprendices de lo que enseñamos. Con calma, porque sólo la constancia triunfa.
Hoy, podemos decir con el salmo: El Señor es mi Pastor, nada me falta… Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas…

Señor, repara nuestras fuerzas. Y tú, que nos envías, danos la calma y la alegría necesarias para ser tus discípulos-apóstoles.

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