Uno de los grandes problemas que tenemos los hombres y mujeres del siglo XXI es el siguiente: hemos hecho un mundo cerrado, encorchetado… donde aparentemente vivimos mejor, más seguros. Diríamos que nos sentimos mejor construyendo muros que puentes. Pues bien; después de leer el Evangelio de hoy nos daremos cuenta que lo estamos haciendo mal. Yo diría que muy mal.
El Evangelio nos cuenta la curación de un sordomudo. Pero en ese milagro no sólo debemos ver el hecho, sino también el mensaje que encierra. ¿Qué es lo que Jesús quiere manifestarnos, revelarnos por este milagro? La única palabra que Jesús pronuncia en todo el trozo es “effetá”, que quiere decir: “ábrete”. Jesús abre al hombre. Hay muchas maneras de estar cerrado. Si un sentido está cerrado, como el oído o la vista, ya es algo tremendo. Pero si el hombre mismo está cerrado es mucho peor. Los que ven los milagros de Jesús, están cerrados a su significado.
Ello hace suspirar al Señor, más que la triste situación material del sordomudo. Los judíos lo combaten, los discípulos no lo entienden, y los que se alegran de sus milagros no pasan del asombro al seguimiento de Jesús. El sordomudo personifica esa situación, y el milagro tiende a la apertura total del hombre. En este contexto hay que ver la promesa de Dios en la primera lectura de hoy.
El profeta Isaías anuncia que la salvación definitiva llegará cuando los sordos oigan y los mudos hablen. Es el anuncio del tiempo mesiánico. Pero a más de dos mil años de la llegada del Mesías, nos encontramos con que seguimos sordos y mudos. Oímos, pero no escuchamos. Cada uno entiende como le conviene. Cuando decimos dialogar, estamos más atentos a lo que responderemos que en prestar oídos a lo que se nos dice.
Diálogos entre sordos son las discusiones políticas: cada uno piensa cómo acceder al poder, pero no para servir sino para servirse del pueblo. Diálogos entre sordos son las discusiones en lo religioso (pensemos en la división de los cristianos). Cuanto más se habla de diálogo y ecumenismo, menos entendimiento hay. Hablamos y hablamos, pero no aprovechamos las ocasiones de crear unidos un mundo mejor, con más justicia, más paz, más bienestar para todos.
Diálogos entre sordos son las relaciones de las generaciones: los mayores no escuchan ni entienden a los jóvenes y viceversa. En el seno de una misma familia los “sordomudos” se multiplican más y más. Pues a romper esa “sordomudez” nos llama Cristo en el milagro que oímos en el Evangelio de hoy.
El sordomudo personifica nuestra propia situación como “sordos” y “mudos” frente a Dios y a los demás: desconectados, incomunicados, solitarios – en una palabra: “cerrados”. Así Cristo viene hoy de nuevo y nos grita la única palabra que pronunció en ese caso: ¡“effetá”, ábrete! El sentido de la Encarnación es lograr una verdadera apertura, ya que el hombre, por naturaleza, está llamado a ser abierto, a relacionarse con los demás, comenzando con los que le están más próximos: los de su casa, de su trabajo, de su barrio.
Pero debe abrirse también a Dios. Jesús mismo es y fue modelo perfecto de esa apertura en su doble dimensión. Él está abierto al Padre en la oración y en la obediencia que lo lleva a la cruz. Esa misma obediencia al Padre lo lleva también a la apertura hacia los hombres. De ahí su atención a los demás no tiene límites de horario, sobre todo cuando se trata de los más pobres, enfermos y desgraciados.
padre Antonio Jiménez López