· Primera lectura:
Is., 45, 4-6: “Yo soy
el Señor y no hay otro”
· Salmo responsorial:
“Aclamad la gloria
y el poder del Señor”
· Segunda lectura:
!Tes. 1, 1: “Recordamos sin cesar, la fuerza
del Espíritu”
· Evangelio: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”
Para muchas personas el poder se asocia automáticamente a dinamismos políticos, económicos y sociales, que conllevan inevitablemente posiciones o actitudes de dominio y control de la sociedad de la que frecuentemente se abusa. Por eso es importante entender en este domingo la frase de Jesús de “dad al César lo que es del césar y a Dios lo que es Dios”.
Teóricamente el poder del César, del Rey o del político de turno tiene como fin primordial el bien de los súbditos, bien que coincide con el de Dios, que siempre desea lo mejor para nosotros. Pero a diferencia del poder divino expresado en el evangelio como amor al ser humano hasta el límite, el poder del rey falla frecuentemente, y busca su bien más que el del súbdito.
Por otra parte, el cristiano tiene presente que, las notas y características de lo que Jesús llama el Reino de Dios, tiene como denominador común el amor, y que aquellas nacen de ese Reino, porque Dios es amor. Es su nota dominante; de Él nace la misericordia y la compasión, no el odio; de su seno brota el perdón, no la venganza; en este Reino se respira solidaridad no egoísmo; en él germina la unidad no la división; de él emerge la ayuda mutua, el perdón y la paz, no la guerra; la cercanía no la distancia; la humanidad no la animalidad, la virtud no el pecado.
Por eso como afirma el salmo de este domingo tenemos que aclamar la gloria y el poder del Señor, sentirnos parte de un poder transformado en servicio a los demás no en opresión de los otros. Todo esto pertenece a la esfera de lo divino, de Dios, el del Evangelio.
Será tarea, pues, del cristiano denunciar con su palabra y su vida los límites del poder terreno, sensiblemente proclive a arbitrariedades de todo pelaje cuando posibilita leyes en contra de la vida, la aún no nacida o la terminal; cuando impulsa leyes laicistas con el propósito de borrar la idea de Dios en la vida humana; cuando propugna la violencia institucional hacia los propios súbditos o hacia otras naciones; cuando facilita y aprueba una legislación racista, o económicamente injusta, o cuando emite leyes castradoras de las libertades fundamentales.
Esta realidad ética y moral es propia del Reino de Dios y de todo el que cree en el poder del Dios como amor. Su Reino ha sido, es y será siempre así. Y a instaurar esta clase de Reino en el mundo Él nos invita permanentemente. Nos invita, nos sugiere poderosamente con la intensidad de su luz, pero no nos obliga. Nos invita a convertirnos en césares y reyes para instaurar el amor con las armas de la misericordia y del respeto. Y esta invitación se realiza con el poder de su palabra y de su vida, manifestada en este mundo.
Un mundo en el que, aparte de los césares o reyes de orden político, existe también la realidad personal de cada uno, erigida como césar o rey de sí mismo a través del ejercicio de su propia libertad. Una libertad que para el cristiano pasa ineludiblemente por el Evangelio que se esfuerza por imitar y hacer vida en su vida el contenido moral del Reino de Dios predicado por Jesús. Es Él quien invita a proclamar el evangelio con la fuerza del Espíritu, no de las armas, como afirma San Pablo en su carta a los Tesalonicenses.
Desde este ejercicio evangélico del poder, el cristiano, mediante su libertad podrá convertirse en referencia, modelo, testigo, y profeta del Reino predicado por Jesús; fundamentalmente de dos formas: anunciando sin miedo y sin complejos con su palabra el mensaje de la misericordia, de la sencillez, de la paz, de la fraternidad, de la humanidad y de la vida, ya anunciado por Jesús; pero sobre todo interiorizando en su vida esta realidad de tal forma que ella se constituya en auténtica y subversiva denuncia frente a los poderes personales o colectivos frontalmente contrarios a Dios y al ser humano. Y lo hará aunque eso le cueste la vida. De esta forma podrá dar a Dios lo que es de Dios, y transmitirá –dará– al ocasional césar, sea de cualquier época y contexto que sea, la lección evangélica de humildad necesaria, propia del testigo de Jesús y como profeta suyo.
padre Domingo Reyes, trinitario