domingo 24 noviembre 2024
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Domingo XXV del Tiempo Ordinario: El mensaje de una parábola

Lo más importante de una parábola es el mensaje. La de hoy comienza: El reino de los cielos se parece a un propietario… Jesús habla a personas que se saben pueblo de Dios, y, por tanto, que el reino de los cielos es cosa de ellos. Como nosotros.

Por eso, si nosotros estuviésemos ante Jesús cuando dice: “el reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió para contratar obreros para su viña”. Pensaríamos que esos obreros somos nosotros. Ya que somos de los suyos.

Pero Jesús prosigue: “salió de nuevo a media mañana, y a media tarde y vio otros que estaban sin trabajar y también los envió a su viña”. Y eso, ya nos gustaría menos… Sobre todo, cuando al concluir la jornada, llama a los jornaleros, comenzando por los que habían llegado los últimos y les da, a cada uno, un denario. Nosotros, pensaríamos que recibiríamos más, pero también nos da un denario. Y como los de la parábola, creeríamos que hemos sido tratados injustamente.

Pero Jesús se vuelve y nos dice: “Amigo, (le gusta hacerse nuestro amigo) no te hago ninguna injusticia. ¿No acordamos un denario? ¿Acaso no tengo libertad para darle a este último como a ti”? Y ahora estamos ante el mensaje de la parábola: “¿Vas tú a tener envidia porque yo soy bueno?”

¿Qué nos está diciendo? Que nos ha escogido para que amemos y perdonemos como él, pues solo así nos convertiremos en salvadores como él.

Hay una novela de Bruce Marshal, “A cada uno un denario”. En la que el protagonista, el padre Gastón, vive en la época de entreguerras del s. XX. Resulta herido en la primera guerra, por lo que percibe una pequeña pensión con la que se mantiene. El clero y la feligresía de la parroquia no lo tienen muy en cuenta, pero él vive su fe y amor a todos. Y cuando ya anciano va en el tren, camino de una residencia en la que va a ser acogido, se nos describe a vueltas con sus pensamientos:

«El tren proseguía su carrera rumorosa a lo largo del túnel, pero Gastón no se daba cuenta de las estaciones, porque estaba pensando en los misterios del Señor y pensando que él los comprendía de forma muy imperfecta. Había uno, sin embargo, que le parecía estar empezando a comprender: por qué todos los trabajadores de la viña recibían un denario, hubiesen soportado el peso de la jornada y el calor o no. Pensaba que la razón era que mucha parte del trabajo era recompensa en sí misma…. Y en un momento Gastón se dio cuenta de que él, como sacerdote, había sido muy feliz».

Trabajar en la viña es ya una gran recompensa. Dios alegra cada día nuestro corazón con el trabajo. He ahí el denario… ¡Qué suerte! Si de verdad creemos, Dios, al final de la vida, ¿qué digo?, al final de cada tarea nos entrega su denario.

Ahora mismo nos da el denario de su Palabra y nos va a entregar el impagable denario de su pan. ¡Qué suerte la de los cristianos! Llamados a trabajar en la viña del Señor. Trabajemos entonces con la alegría que el Señor quiere, con la alegría del evangelio. Amemos como Dios nos ama, a todos y sin envidia.

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