· Primera lectura:
Ez., 18, 25-28. “Si recapacita y se convierte… vivirá”.
· Salmo responsorial:
Salmo 24, 4bc. 5.6-7. 8-9: “Señor, enséñame tus caminos…”
· Segunda lectura:
Flp 2, 1-11. “Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo”.
· Evangelio: Mt 21, 28-32.
Las lecturas de hoy invitan especialmente a un ejercicio de reflexión profunda, pues podemos equivocarnos al sacar conclusiones incorrectas. El evangelio nos presenta las figuras de dos hermanos: uno que desobedece, y que termina obedeciendo; el otro que parece obedecer, pero que al final no hace caso a su padre.
En esta perspectiva Jesús pone como ejemplos, candidatas al reino de los cielos, a dos categorías de personas que en su tiempo eran consideradas como antimodelos para la sociedad judía de entonces; los publicanos judíos, eran recaudadores del dinero judío para los romanos, potencia colonizadora odiada; por tanto estos eran unos pecadores ante la sociedad judía; también, las prostitutas, que comerciaban con su cuerpo, algo que aquella sociedad tampoco toleraba, eran unas pecadoras.
Estos dos grupos, expresaban aparentemente con su conducta un no rotundo a Dios, como uno de los hijos; con el otro hijo representada por el hermano que decía primero sí, Jesús enfilaba a la sociedad judía, que decía aparentemente si a Yaveh. A ellos se dirigen sus duras palabras: hasta los publicanos y prostitutas, con su pecado, avanzan más hacia el reino de Dios, que muchos aparentemente buenos, que en el fondo no lo son.
Pon tanto Jesús con los ejemplos propuestos pretende llegar al fondo de la cuestión acerca de la calidad y autenticidad de la actitud personal frente a Dios y al hermano. Algo que nos debería cuestionar a todos nosotros hoy ¿En el fondo qué creemos? ¿Qué calidad tiene nuestra fe? ¿Es una fe viva, comprometida, apasionada, que mima con pasión la limpia transparencia y coherencia de una fe que libremente ha aceptado? ¿Somos como el primer hermano que al decir sí a su padre, lo dice simplemente con los labios, pero no con el corazón, que vive un cristianismo sin alma, rutinario, sin compromiso, sin sensibilidad, sin vida y paladinamente hipócrita? Una fe así practicada se parece a aquel hermano que dice sí a Dios con los labios, pero no con las obras; es un cristianismo rácano, cicatero, desvirtuado e hipócrita.
¿Quién es el auténtico malvado de la primera lectura, ¿el que recapacita y se convierte o el que aparentemente vive como un convertido, viviendo en un estado permanente de indolencia cristiana, de costumbre y rutinas, de falsedades y miserias humanas, que obra por rivalidad, o por ostentación, como afirma Pablo en su carta?
Jesús no justifica ni la prostitución ni la avaricia; pero tampoco acepta la hipocresía ni la falsedad, la doblez o la apariencia; a todos nos pide, suplica, y ruega la autenticidad y un corazón que se arrepiente, apelando a su misericordia, que sí, nos exige un examen profundo, sosegado y sereno, para escudriñar la auténtica realidad personal. Es sólo, a partir de este profundo examen personal y a través de él, junto a una actitud de súplica y oración para recabar luz, como los cristianos podremos abordar una auténtica conversión que hace posible la transformación en personas que dicen sí a su Padre y lo muestran diariamente sin hipocresías, clara, transparente, comprometida y sacrificada.
En esta labor y esfuerzo por ser auténticos y transparentes con Dios le encontraremos siempre dispuesto al perdón y la misericordia, puesto que ésta es, como dice el salmo responsorial, eterna; Él nos muestra el camino: el de la humildad, al estilo de Jesús, y además nos da su fuerza, camina a nuestro lado, sosteniéndonos, alentándonos, acompañándonos.
padre Domingo Reyes, trinitario