En este domingo XXVII nos encontramos con un Jesús que sigue camino a Jerusalén. Los fariseos le hacen una pregunta trampa. Lo que en ella les importa no es la respuesta, sino comprometer a Jesús ante la gente, debido a la diversidad de intereses. Le preguntan si le es permitido a un hombre repudiar a su mujer. El repudio era un instrumento de poder y dominación del marido sobre la mujer, del que se aprovechaban dando aquella interpretación del Deuteronomio que más se ajustaba a sus gustos. Había diversas opiniones sobre su justificación.
Para unos era el adulterio y para otros, cualquier falta pequeña. Los fariseos ponen en prueba a Jesús, pero Jesús niega la posibilidad de repudio, y con ello quita al hombre el poder de dominación sobre la mujer. Consideró el matrimonio como vínculo indisoluble y equiparó a la mujer con el marido. La doctrina de Jesús supera las ideas judías y paganas y eleva al matrimonio a una dignidad muy alta. Más complejo es aplicar su doctrina al problema actual del divorcio. Las palabras de Jesús son norma para los cristianos, pero en situaciones especiales han de ser interpretadas a la luz del Espíritu. En su respuesta Jesús pregunta qué es lo que verdaderamente mandó Moisés. Jesús acepta la ley de Moisés, pero reivindica el derecho a interpretarla. Alude a la dureza de corazón de los humanos para explicar por qué Moisés instituyó el acta de repudio.
La referencia de Jesús “al comienzo de la creación” es como una apelación a la conversión, a volver a empezar de nuevo, dejándonos llevar no por el capricho de nuestros sentimientos, sino por la bondad de Dios. Llegados a casa, lugar de intimidad y enseñanza reposada, lejos de la hostilidad de los fariseos, Jesús se muestra de forma más radical y absoluta. Utilizar el repudio, instrumento de poder, para comenzar otro matrimonio es adulterio.
La mayor cercanía de Jesús conlleva una mayor exigencia de vida. En esta escena de ámbito familiar aparecen de nuevo los niños. Se los acercaban a Jesús y esto molesta a los discípulos. Jesús, indignado, los toma en sus brazos, los acaricia y bendice y reprochará a todos diciendo que el reino de los cielos es solo para aquellos y los que se hacen como ellos.
La pareja debe ser protegida como una base fundamental para construir algo nuevo. Todo tiene su origen en Dios: él decidió unir al hombre y la mujer. Y esa unión es la base para la sociedad, para la Iglesia y para la historia de la humanidad. El Papa Francisco en la encíclica “Amoris Laetitia”, nos ha dicho: “La pareja que ama y genera la vida es la verdadera «escultura» viviente”. Bonita expresión para todos.