Casi todos hemos sentido alguna vez la tentación de “tirar la toalla”: en momentos de impotencia, de dolor físico o moral, cuando sufrimos la incomprensión de los que deberían valorar nuestro esfuerzo, o cuando no encontramos sentido a lo que hacemos y vivimos…
En fin, en esos momentos nos ha asaltado el deseo de dejarlo todo, sentarnos al borde del camino, y esperar que alguien se nos acerque y diga una palabra de aliento.
A veces, nos ha ocurrido lo contrario: tenemos tanta prisa que no advertimos la súplica silenciosa de la persona que está a nuestro lado esperando que nos demos cuenta y le tendamos la mano.
El evangelio de hoy es un hermoso relato: presenta al ciego Bartimeo sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Bar-Timeo, el hijo de Timeo, no tiene reparo en ponerse a gritar. Oye que se acerca Jesús y sospecha que él, el Hijo de David, puede tener compasión de su dolor…
Y surge la maravilla del encuentro. Bastaron unas palabras de Jesús para que el ciego, sentado al borde del camino, soltara el manto, diera un salto y se acercara a Jesús.
Y lo que sucede es el resultado del diálogo entre la misericordia de Jesús y la esperanza de Bartimeo.
-”¿Qué quieres que haga por ti?”.
Y el ciego responde exponiendo su ceguera:
-”Maestro, que pueda ver”.
Y esta oración se convierte en modélica para el hombre de todos los tiempos, pues la actitud del Maestro que sale al encuentro y le ofrece su ayuda, es una invitación para ponernos en su presencia y exponerle nuestros más hondos deseos.
“Maestro, que pueda ver”. Palabra válida para nosotros hoy. Repitámosla: “Maestro, que pueda ver”. “Maestro, que pueda ver”. He ahí un ruego específicamente cristiano. Los seguidores de Jesús sabemos que en Él se encuentra el remedio para nuestra ceguera, para nuestra turbación y nuestra lamentable crisis de valores.
“Maestro, que pueda ver”. Es un programa para la comunidad cristiana. Señor que veamos y no caigamos en la desesperanza o en la autosuficiencia.
– Señor Jesús, da luz a nuestros ojos para que sepamos descubrir que tú pasas cada día a nuestro lado y nos llamas. Y danos la humildad necesaria para pedir ayuda a los hermanos.